Notas:
1. El presente ensayo fue publicado en inglés en Teilhard Studies Number 16 Fall/Winter 1986. Publicado por The American Teilhard Association for the Future of Man, Inc by ANIMA Books, Chambersburg, PA. Editor Arthur Fabel.
2. Ilya Prigogine falleció en 2003.
El artículo, a pesar del tiempo transcurrido continúa vigente. (Noviembre de 2006)
James F. Salmon S. J.
I. Introducción
Ilya Prigogine (1918- ) es un físico-químico y filósofo que comparte su tiempo entre la Universidad de Bruselas y la Universidad de Texas en Austin. Sus investigaciones en el campo de la Termodinámica se consideran las nuevas razones teóricas de por qué el universo parece menguar, a la vez que tiende hacia una mayor complejidad y organización. Por su obra, Prigogine recibió el premio Nobel de Química en 1977. Desde entonces ha difundido sus ideas en varias publicaciones populares y en su libro: Order Out of Chaos.
El potencial y la magnitud de los descubrimientos de Prigogine, que van desde procesos físicos a sistemas sociales y cósmicos, encajan bien con la visión evolutiva de Teilhard de Chardin. Varias obras de Teilhard nos llevan a Prigogine (Teilhard, taoísmo y el pensamiento occidental, p. 12) y Prigogine mismo fue invitado como conferencista al simposio Centenario de Teilhard en la Universidad de Georgetown, en mayo de 1981. En mi papel de organizador de aquel evento, e interesado desde hacía tanto en Teilhard, aproveché las circunstancias para compararlo con Prigogine y explorar el rango de similitudes entre esos dos científicos y filósofos. Algún tiempo después, en una reunión con Prigogine se estimuló la creación de un programa de investigación en el campo de la química que aún prosigue en mi laboratorio.
La finalidad de este artículo será el explorar y explicar los aspectos centrales del pensamiento de Prigogine, de manera que se propicie su comparación con la visión de Teilhard. La mejor forma de intentarlo puede ser a través de su contenido técnico. En la primera sección introduciremos algunos puntos que los dos pensadores tienen en común. La segunda parte discute en detalle las contribuciones teóricas de Prigogine: El redescubrimiento del tiempo, fenómenos físicos y químicos, la teoría de la bifurcación, energía y entropía. En la conclusión, regresaremos para resumir y enfatizar la convergencia de sus cosmovisiones.
Una similitud, cuyo probable origen se remonta a su mismo trasfondo, es el empeño que pusieron para relatar sus respectivos descubrimientos en un marco cabalmente humanista. Ambos autores conocían bien las tradiciones de sus respectivas religiones así como la literatura clásica. En el prefacio de su libro From Being to Becoming, Prigogine anota: “los lectores deben estar familiarizados con las herramientas fundamentales de la física y la química teóricas”. Y añade, “tal vez no sea una exageración el afirmar que la civilización occidental gira alrededor del tiempo. ¿Acaso se relaciona esto con alguna característica en la postura utilizada tanto en el viejo como en el nuevo testamento?” (BB XVII). Ambos desarrollaron un temprano interés en la historia y la filosofía. La madre de Prigogine cuenta que su hijo podía leer partituras para el piano antes de que pudiera leer palabras, y su repertorio como joven concertista incluía a Bach, Mozart, Schumann y Debussy.
Hoy en día, la ciencia moderna suele identificarse con el método del reduccionismo, la fragmentación de problemas en sus componentes más pequeños, pero ha fallado siempre que intenta armarlos de nuevo. Ambos autores comparten un ideal, el de identificar la unidad de la actividad humana con procesos naturales y cósmicos. Cada uno de ellos considera su contribución como parte de una nueva visión unificada para la humanidad. Los teilhardianos recordarán el prefacio a El fenómeno humano.
“Como los meridianos mientras se aproximan a los polos, la ciencia, la filosofía y la religión tienden a converger mientras se acercan al todo. Digo ‘converger’ deliberadamente, pero sin mezclarse y, sin cesar, hasta el final mismo, para abarcar lo real con decisión, desde diferentes ángulos y en niveles distintos.”
También Prigogine habla de ello:
“He pretendido mostrar que el énfasis en el tiempo ha traído elementos unificadores que ligan a la ciencia y la cultura más fuertemente, como predijo Teilhard… Lo que deseo enfatizar es que esta visualización de la ciencia como actividad creativa y ética, encajada, alojada en la cultura en sí, pone a la ciencia en el marco de otras actividades humanas y de nuevo enfatiza la convergencia de interés, característico del la obra de Teilhard” (TUK 42).
Así, el título original del libro de Prigogine e Isabelle Stengers, Order Out of Chaos, publicado por Gallimard en 1979, es La Nouvelle Alliance, la nueva alianza entre la ciencia y las humanidades.
Ilya Prigogine es reconocido en el ámbito de la ciencia por su calidez y su modestia, combinados con una preocupación intensa de comunicar lo que ha aprendido. Como Teilhard, cuyo anhelo era “contribuir a la labor de liberarnos y ver con claridad lo que ocurre” (AE 253). La simpatía de Prigogine no está de más a la hora de obtener una audiencia que se entregue, es “una figura destacada y con mucho trabajo en el circuito de seminarios de humanidades en estos días, porque dice lo que los humanistas quieren oír: la ciencia moderna en verdad revela que los argumentos deterministas de la ciencia clásica están simplemente equivocados” (Chemical & Engineering News, diciembre 1, 1980, 23).
Ambos pensadores, aunque estimados y admirados por sus colegas, encontraron oposición a su visión, a sus ideas innovadoras, resistencia que no nos sorprende: la oposición a nuevas maneras de ver las cosas es un fenómeno de la historia de la ciencia que ha sido estudiado en los últimos 20 años por Thomas Kuhn, entre otros. El llamado modelo del “cambio del paradigma”, propuesto para explicar los cambios, ha encontrado un uso práctico tanto en las ciencias sociales como naturales.
Para comparar cabalmente a Teilhard con Prigogine, un punto de partida es una reciente entrevista con Prigogine. Hacia el final de ésta se le preguntó si sus ideas asemejaban las de Teilhard. Respondió así:
“No realmente. Teilhard de Chardin describe el mundo como si estuviera fuera de él. Estaba seguro de que todo cambio, toda bifurcación, iba en la dirección correcta, en la dirección de la espiritualidad acrecentada. Yo, por el contrario, estoy más impresionado por la existencia de múltiples horizontes de tiempo. Una bifurcación puede llevar a lo mejor o a lo peor. Estamos participando en una evolución cuyo desenlace no tenemos claro”.
Es difícil comprender lo que Prigogine quiso decir al afirmar que Teilhard había descrito al mundo como si estuviera fuera de él, pues Teilhard estaba decididamente en contra de esa intención: habla de la “inocencia extrínseca” de aquéllos que no “estaban conscientes de pertenecer intrínsecamente al sistema” (HE 113). “En este universo, al que nos preciamos en observar desde el exterior, cual dioses, nos encontramos incorporados o, a decir verdad, tan completamente incorporados que no podemos hacer o entender nada sin caer en la cuenta de nosotros mismos” (HE 114).
La discusión de Prigogine sobre sus propias investigaciones recientes en el campo de la físico-química puede ser comparada con las observaciones fenomenológicas que aparecen a través de la obra de Teilhard. Por ejemplo, Prigogine comenta:
“Mi propósito es mucho más modesto. Se trata de empezar con la existencia de la irreversibilidad como un hecho fenomenológico y ver cómo incluirlo en un formalismo consistente. Igual que el significado fundamental de la constante de Planck. El progreso de la física, en muchos casos, no ha sido asociado con la resolución de problemas incluidos en la base, sino en la incorporación de cierta situación empírica en el marco de un formalismo general” (PUMR 293).
De esta forma, Teilhard y Prigogine convergen al presentar a la persona que conoce, como intrínseca al sistema y ambos se apoyan en la historia de la ciencia como fondo de sus discusiones. Coinciden con la corriente dominante de físicos del siglo veinte: una aventura fascinante está ocurriendo en la ciencia, en palabras de Niels Bohr, “nunca deberá olvidarse que nosotros mismos somos tanto espectadores como actores en el drama de la existencia” (Dialéctica, 1948, 318).
Asimismo, es difícil entender lo que Prigogine significó al decir que Teilhard vio cada cambio (bifurcación) marchando en la dirección correcta, hacia una mayor espiritualidad. El término que Teilhard empleó para describir el cambio evolutivo fue “buscar a tientas”, y su desarrollo de esta palabra revela la proliferación de errores, es decir, tumbos en la dirección equivocada (PM 110). Es más, uno de los procesos evolutivos sugerido por Prigogine tiene paralelos con el “buscar a tientas” de Teilhard:
“Podemos especular que el mecanismo básico de la evolución está en el juego entre bifurcaciones como mecanismos de exploración y la selección de interacciones químicas que estabilizan una trayectoria particular” (OC 171).
Así, los mecanismos de exploración de Prigogine, que incluyen bifurcaciones e interacciones químicas a ser descritos más abajo, permiten errores en una forma que promueve el “buscar a tientas” de Teilhard en los procesos evolutivos. (Un análisis del concepto de “buscar a tientas” en el pensamiento de Teilhard se encuentra en Teilhard’s Mysticism of Knowing, 22. (Quedo en deuda con el padre Thomas King quien a lo largo de los años ha invitado a sus amigos a la riqueza del pensamiento teilhardiano).
El tercer punto al que Prigogine alude para diferenciarse de Teilhard prosigue en la misma línea: el desenlace del proceso de evolución no está claro. Su teoría de la bifurcación no predice ninguna meta. Para Teilhard el desenlace estaba claro pero su optimismo y confianza eran inseparables de su fe cristiana. En una discusión en la Universidad de Georgetown, Prigogine reveló tanto sus puntos en común con Teilhard como el meollo de sus desavenencias:
“He descrito el reloj químico que contiene millones y millones de moléculas independientes mostrando una forma de comportamiento coherente. Al leer a Teilhard tengo la impresión de que tenía un modelo similar en mente. En dicho modelo, el tamaño del sistema se incrementa al tiempo que ocurren interacciones coherentes entre unidades independientes. Cuando se va de seres unicelulares a pluricelulares, algunas células sí se comportan igual que otras, por lo que se definen subdivisiones. Pero en un sistema tal, que interactúa dinámicamente, las células no necesariamente están reprimidas. Más bien, forma un tipo no represivo de sistema ecológico en el que hay una diversidad no impuesta. Mi impresión es que para Teilhard, la unidad incluía este tipo de diversidad y una tendencia a construir sistemas más y más grandes, hacia la planetización. La pregunta es ésta: ¿Podemos tener esta diversidad en sistemas cada vez más grandes, construyendo alguna unidad postrera? Creo que esta pregunta es el reto principal del mundo moderno” (TUK 148).
II. Las teorías científicas de Prigogine
El redescubrimiento del tiempo
Prigogine suele iniciar el diálogo recalcando que hay una revolución activa en la ciencia, “no muy diferente al nacimiento del método científico en la antigua Grecia o de su renacimiento en la época de Galileo” (BB XIII), “un periodo de gran agitación” (PUMR 232) que “va más allá de la ciencia como tal” (OC XXIX). Su tema principal, que la “ciencia redescubre el tiempo”, cambia el ideal decimonónico de la ciencia occidental “de alcanzar una realidad inmutable, eterna” con “su énfasis en una descripción objetiva de la naturaleza, independiente del tiempo”, a una nueva descripción del tiempo de acuerdo a la experiencia humana (TUK 21). “Para los seres humanos, la realidad está encajada en el fluir del tiempo” (OC XXIX). Su pensamiento, por tanto, interviene para solucionar el conflicto entre la descripción atemporal de la física y química clásicas y la experiencia humana de la asimetría del tiempo. “El interés por el tiempo se extiende a lo largo de nuestro siglo. Tan sólo recordad a Einstein, Proust, Freud, Teilhard, Peirce o Whitehead” (OC 17). Prigogine explica que un temprano interés en la historia y la filosofía lo llevaron a preguntarse por qué la ciencia prestaba tan poca atención a su perplejidad: “Iba tan en contra de la experiencia ordinaria. Todo mundo sabe que mañana no es lo mismo que hoy. Sea como fuere, químicos y físicos describían un universo donde el presente y el pasado eran idénticos, atemporales y reversibles. (Omni, 86).
Reversibilidad e irreversibilidad son los conceptos clave que Prigogine emplea para describir el redescubrimiento del tiempo. Cuando Galileo y otros fundadores de la ciencia moderna intentaron describir matemáticamente el movimiento propusieron una pelota elástica que rebota en el suelo y cambia su velocidad al regresar a su posición inicial. Los éxitos iniciales de Kepler y Newton al calcular correctamente los recorridos en apariencia eternos de los planetas, cuyas direcciones eran reversibles sin ningún cambio esencial a las fórmulas, constituyeron una base sólida para el paradigma científico que duró siglos. “Ciertamente existen fenómenos que nos parecen deterministas y reversibles, tales como el movimiento de un péndulo sin fricción y el movimiento de la tierra alrededor del Sol: los procesos reversibles no conocen la prerrogativa de la dirección del tiempo” (Zygon, diciembre 1984, 433). La razón de esta paradoja es desconcertantemente simple. La física newtoniana es simétrica en el tiempo, lo que significa que cualquier movimiento de los planetas, o incluso de átomos, que actúe de acuerdo a estas leyes del movimiento tiene un patrón opuesto que es idéntico. Aun modificaciones modernas de la teoría cuántica y de la relatividad son incapaces de distinguir una dirección privilegiada del tiempo.
Tal idea, sin embargo, no se aplica cuando se mezclan dos líquidos, digamos agua y alcohol. No pueden ser separados sin un agente externo. Jamás esperamos que ocurra el proceso inverso, la separación espontánea de la mezcla en agua y alcohol puros. Este ejemplo del mezclado como proceso irreversible es semejante a muchas reacciones químicas y Prigogine destaca su “particular importancia” como “la manera en que la realidad funciona” (OC 131). “Junto con la conductividad del calor forman (las reacciones químicas) el prototipo de los procesos irreversibles” (OC 131). La irreversibilidad de la conductividad del calor ocurre cuando, por ejemplo, el extremo aislado de una barra metálica es calentado. Cuando se quita la flama, la temperatura se extiende gradualmente a lo largo de la barra de manera homogénea y no se invierte de forma espontánea al estado primitivo con un extremo frío y otro caliente. Así, al proceso de la barra, cambiando irremediablemente hacia una temperatura uniforme, a un estado de equilibrio térmico, es lo que Prigogine llama proceso tempo-asimétrico e irreversible.
El equilibrio es el destino último de todos los cambios físicos y químicos en la ciencia tradicional. Así como la tasa de cambio en la temperatura a lo largo de la barra metálica puede ser calculada mientras ésta regresa a una temperatura uniforme, de la misma manera la medida de cambios de concentración en las reacciones químicas pueda ser predicha como una reacción que irreversiblemente conduce al equilibrio químico. Una vez que el estado de equilibrio ha sido alcanzado, termina la evolución irreversible hacia su “estado atractor” (OC 133) de equilibrio, ya sea un estado de equilibrio térmico (la temperatura uniforme de la barra de metal) o un equilibrio químico (el equilibrio en las concentraciones de sustancias químicas). El poder de la ciencia tradicional consiste en que las soluciones a las ecuaciones matemáticas usadas para describir el acercamiento al estado de equilibrio, el estado atractor, y las ecuaciones para el estado de equilibrio mismo pueden predecir el futuro del sistema. Por lo tanto, sostenemos que las soluciones son deterministas, o sea que la combinación de ciencia y matemáticas puede predecir el resultado de procesos físicos y químicos cuando las condiciones se conozcan en un tiempo determinado.
Termodinamistas como Prigogine estudian la conversión de energía en trabajo y su intercambio con el mundo exterior. Cualquier objeto elegido para su estudio, como nuestra barra de metal, es llamado sistema. Las partes restantes del universo cuyas propiedades no son de interés inmediato son el entorno. Si existe un intercambio de materia entre el sistema y su entorno se trata de un sistema abierto y si no existe dicho intercambio se le llama sistema cerrado. Así, el motor encendido de un automóvil es un sistema abierto, como lo son también las células de los seres vivos. Por otro lado, una mezcla de hielo y agua en una nevera con aislante se considera un sistema cerrado al no haber intercambio de energía o materia entre ella y su entorno.
Otro ejemplo común de irreversibilidad que no involucra la transferencia de calor: La expansión espontánea de un gas en la mitad de un compartimiento cuando la pared que lo separa de la otra mitad es sustraído. Los átomos del gas llenan rápidamente el espacio entero. No sucede el proceso opuesto. El gas, por sí mismo, no se concentra de nuevo en aquella primera mitad del compartimiento. Hasta hace poco tiempo sólo se daba preferencia a los procesos reversibles en el estudio de la Termodinámica. Fenómenos irreversibles tales como el anterior eran clasificados como variaciones de los ideales procesos reversibles. Pero “hemos descubierto que lejos de ser una ilusión, la irreversibilidad juega un rol esencial en la naturaleza y se halla en el origen de muchos procesos de organización espontánea” (Chemical and Engineering News, diciembre 1, 1980, 24). Más aún, “en añadidura a su importancia intrínseca, los procesos químicos juegan un papel esencial en la Biología” (OC 131). Para aquellos científicos interesados en el proceso evolutivo diacrónico se considera extremadamente importante vincular la física y química de lo irreversible con la Biología y la vida. Prigogine incluso extendería esas relaciones en sus estudios de las sociedades humanas:
“Todos estos inesperados descubrimientos tienen asimismo un efecto radical en nuestra perspectiva de la relación entre la ciencia ‘dura’ y la ‘suave’. El enfoque tradicional distinguía firmemente entre sistemas simples, por ejemplo aquéllos que estudian la Física y la Química, y los sistemas complejos, tales como aquéllos que estudian la Biología y las humanidades. Ciertamente uno no puede imaginar un mayor contraste que el que existe entre un gas o un líquido y los complejos procesos que descubrimos en la evolución de la vida o en la historia de las ciencias humanas. De cualquier forma, esta brecha está siendo llenada. Durante la última década hemos aprendido que en condiciones de no equilibrio los materiales simples, un gas o un líquido, o reacciones químicas simples, pueden adquirir un comportamiento complejo” (PUMR 232).
Fenómenos físicos y químicos
Hoy en día, gracias al trabajo de Prigogine y de muchos otros científicos, sistemas simples como los estudiados por la Física y Química pueden vincularse con certeza a los sistemas más complejos en organismos vivos. Ambos mundos, el vivo y el no vivo, muestran una propiedad notable. El descubrimiento consiste en que las condiciones caóticas de ambos mundos, el que vemos (macroscópico) y el que no vemos (microscópico), tienen la facultad de organizarse espontáneamente y por sí mismos en patrones de estructura y orden. A nivel microscópico, “de alguna manera las moléculas deben ser capaces de comunicarse” para sincronizar su comportamiento (TUK 28). Por ello, Prigogine tituló a su tratado Order Out of Chaos.
Para los seguidores de Teilhard, las implicaciones de estos fenómenos son de un interés obvio. Escribiendo acerca de la evolución a finales de los años 40, Teilhard menciona: “Debemos tratar en lo posible de construir un puente, o al menos el esqueleto de un puente entre la Física y la Biología” (MPN 17). Para algunos, el esqueleto de ese puente esta siendo construido e Ilya Prigogine, “el poeta de la termodinámica” (Omni, 88), tiene un papel fundamental en su construcción.
“Hoy está ocurriendo un cambio profundo, el cual yo mismo he experimentado desde que estoy interesado en la ciencia. Cuando comencé mi trabajo, pocas personas se interesaban por el problema del tiempo, de la evolución, de la complejificación. Pero hoy en día se está realizando un enorme esfuerzo con estas preguntas en mente” (TUK 25).
Para demostrar cómo es que la fisura entre la Física y la Biología se está cerrando, Prigogine utiliza frecuentemente ejemplos de la naturaleza que crean interés y asombro. Uno de los favoritos es la célula de Benard, fenómeno conocido desde los comienzos del siglo veinte pero objeto de intensas investigaciones hoy en día debido a sus aplicaciones en la física atmosférica y planetaria. Si un plato poco profundo con algún líquido es calentado desde abajo, tarde o temprano este líquido se organizará espontáneamente y por sí solo en un patrón regular de células hexagonales. Antes de ser calentado, todas las moléculas se encuentran en equilibrio térmico y todos los puntos dentro de una capa horizontal del líquido tienen las mismas propiedades. Con el calentamiento subsiguiente, la temperatura en la cara inferior del plato es ligeramente más alta que en la cara superior, ya que el calor es propagado de abajo hacia arriba por la conducción. Al alcanzar el valor crítico del gradiente de temperatura y de las condiciones del entorno, observamos las características células hexagonales. Este repentino y espectacular cambio es causado por un nuevo mecanismo de transferencia del calor de abajo hacia arriba, además de la conducción térmica. Este nuevo mecanismo, llamado convección, es el responsable de transportar moléculas calientes a un nivel superior más frío.
Obviamente esta transformación es un proceso de ordenamiento espacio-temporal espontáneo que involucra correlaciones macroscópicas. Se estima que cada célula contiene cerca de 1021 moléculas, una asombrosa “coherencia para la cooperación de un vasto número de moléculas” (OC 127). Prigogine lo llama un sistema en condiciones alejadas del equilibrio. Aquí existe una interacción de una fuerza termodinámica en no equilibrio creada por el gradiente de temperatura y la fuerza gravitacional, conforme el líquido calentado en la parte inferior se vuelve menos denso que en la parte superior. Los sistemas lejos del equilibrio, como las células de Benard, son más sensibles a las fuerzas de la naturaleza que los sistemas en equilibrio.
“En otras palabras, los sistemas en no equilibrio permiten a la materia ‘sentir’ mucho más en detalle los varios campos en los que se encuentra embebida, sea el gravitacional, eléctrico o magnético. Ese debe ser ciertamente uno de los caminos que la materia debe seguir para alcanzar los sistemas altamente adaptables como son los sistemas vivos de hoy” (TUK 35).
Prigogine enfatiza que el efecto Benard es bastante inesperado. Es posible imaginar que hay siempre pequeñas corrientes de convección que aparecen en el líquido como fluctuaciones en estado normal de equilibrio incluso antes de ser calentado. Durante el calentamiento, por debajo del valor crítico del gradiente de temperatura, las fluctuaciones se reducen, mientras que por arriba de él ciertas fluctuaciones se amplifican dando lugar a la corriente macroscópica y a un nuevo orden molecular. Este sistema lejos del equilibrio aparece como una fluctuación gigante que permanece estable tanto como el gradiente crítico de temperatura se mantenga y la energía pueda ser intercambiada con el mundo exterior.
El nuevo orden molecular caracterizado por la célula de Benard es un ejemplo de una “estructura disipativa”, cuya interpretación teórica se le debe en parte a Prigogine. La importancia de estas estructuras se entiende cuando son comparadas con las “estructuras conservativas”. Los seres vivos requieren de ambas pues son los dos principios fundamentales de orden en la naturaleza. Ambas estructuras están involucradas en la forma y dinámica de los organismos vivos. Las estructuras conservativas serían vistas como patrones espaciales de materia, que son el resultado de fuerzas físicas activas. Estas fuerzas son responsables de crear un orden entre las partes. Por ejemplo, una distribución exacta de átomos en una molécula, el arreglo espacial de una molécula de proteína o el patrón simétrico de los cristales son el resultado de fuerzas estáticas trabajando entre partículas físicas. Estas fuerzas se limitan a ciertas formas y condiciones. Estas estructuras están normalmente asociadas con el equilibrio e independencia del tiempo; pueden ser altamente complejas, como las moléculas de proteína, o relativamente simples, como un cristal de sal. Sus patrones precisos se atribuyen simplemente a las fuerzas de atracción y repulsión entre los átomos y las moléculas que las constituyen.
A diferencia de todas las formas de vida, que requieren un metabolismo para sobrevivir, las estructuras conservativas no disipan energía con el fin de mantenerse a sí mismas. Pero sí cumplen con un rol crítico a nivel molecular en la morfogénesis, en los cambios estructurales que ocurren durante el desarrollo de organismos. De esta manera, todo el sistema de almacenamiento de información genética en la molécula de doble hélice del ADN, la ubicación de las zonas en donde se dan lugar las reacciones químicas de complicadas enzimas y aun la estructura de células vivas, hacen uso de las fuerzas conservativas que determinan el lugar de cada detalle. La consistencia de un programa genético es una expresión concreta de estas fuerzas inflexibles. Manfred Eigen, ganador del premio Nobel, considera que las mutaciones estructurales son simples “mal interpretaciones” que pueden ser resultado de las fluctuaciones térmicas (Laws of the Game, 78). Tales “errores”, por supuesto, son conservados y serán seleccionados si comprueban ser de alguna ventaja al sistema vivo.
El desarrollo de la noción de las estructuras disipativas ha involucrado a las Matemáticas, la Física, Química, Biología y, después de Prigogine, a las Ciencias Sociales. En 1910 el químico estadounidense Alfred Lotka, especificó un conjunto de pasos consecutivos para explicar de qué manera podía ocurrir una reacción química hipotética. Encontró que el método matemático adecuado en los posibles pasos de esta reacción, suponiendo que uno de ellos sea autocatalítico, produce la forma de una inesperada organización. La forma es un proceso periódico de no equilibrio, similar a la forma de oscilación de un péndulo sin fricción de lado a lado, a través de sus posiciones de equilibrio. Más tarde, en 1926, el matemático italiano Vito Volterra, mientras trataba de entender por qué el porcentaje de tiburones atrapados en el Mar Mediterráneo variaba con el tiempo, formuló un modelo matemático que predecía el crecimiento y la disminución periódica general de poblaciones tanto de predadores como de sus presas. Este modelo también requería de un paso autocatalítico en las ecuaciones usadas para describir los cambios de población. Así, el modelo de Volterra predecía un cambio periódico similar a los cambios químicos predichos por el modelo de Lotka. Prigogine se refiere a estas ecuaciones que crean un proceso periódico en no equilibrio como el “modelo Lotka-Volterra” (BB 97). Es una formulación matemática para estudiar esquemas simples de reacciones tipo catalítico y es el prototipo para reacciones que pueden producir forma, sincronización y autorregulación en sistemas lejos del equilibrio, que son las estructuras disipativas. Esta explicación ha sido esencial para entender cómo los sistemas vivos, una vez que “en un cierto sentido son empujados fuera de la naturaleza y de las leyes físicas” (SO 13) pueden “devenir a partir de las leyes de la Física” (SO 14) (autocatalítico=autoinicializado).
Ilya Prigogine y sus colaboradores en Bruselas han estado desarrollando en las últimas dos décadas un modelo para las estructuras disipativas más detallado que el de Lotka-Volterra. En particular, este modelo químico es llamado “Bruselador” por su lugar de su origen y será tratado ya que “últimamente ha sido usado exhaustivamente porque tiene propiedades notables que le permiten a uno modelar un amplio rango de comportamientos macroscópicos” (BB 98). Teniendo en mente las fuerzas estáticas que dominan las estructuras conservativas, nos ocupamos ahora en encontrar una descripción de cómo nuevas formas de autoorganización se originan inesperada y espontáneamente en la naturaleza. La autoorganización lejos del equilibrio de las células de Benard, descrita anteriormente, tiene un origen mecánico simple, a diferencia del Bruselador cuyo origen es químico, se refiere a una reacción autocatalítica. Por lo tanto, este fenómeno surge en todas partes de la naturaleza. Prigogine introduce el concepto de “estructuras disipativas” para este fenómeno con el fin de describir la asociación cercana, por un lado, entre el orden y la estructura adquiridas por el sistema y, por el otro, la continua disipación de la energía para mantener el orden y la estructura del sistema.
El origen de las estructuras autoorganizadas proviene de la combinación de las propiedades de ciertos pasos contenidos en la reacción y las condiciones aplicadas al sistema. Por ejemplo, el orden de las reacciones químicas es conservado por un flujo hacia el sistema de sustancias químicas ricas en energía (agentes reactores) y por el desecho de sustancias bajas en energía (productos). De esta manera el orden y la estructura ocurren conforme la energía es disipada continuamente.
Los científicos han sido tradicionalmente educados con la termodinámica clásica de sistemas reversibles, que enfatiza el aislamiento de los sistemas de su medio ambiente y la cercanía a su estado de equilibrio. En base a los sistemas lejos del equilibrio estudiados por Lotka-Volterra y modelos similares, Prigogine y otros han desarrollado los conceptos de termodinámica irreversible. Estos conceptos incluyen no sólo sistemas disipativos cerrados sino también abiertos, en los que puede haber intercambios de materia y energía entre el sistema y su medio ambiente. En realidad, los seres vivos existen como sistemas abiertos que se encuentran lejos de ser estructuras disipativas en equilibrio.
“La interacción de un sistema con el mundo exterior, su inclusión en condiciones de no equilibrio, puede convertirse en el punto de partida para la formación de nuevos estados dinámicos de estructuras disipativas de materia” (OC 143).
Los órdenes de magnitud difieren significativamente para estructuras conservativas y disipativas. El orden de dimensiones en estructuras conservativas es 10-8 centímetros, como en la distancia que separa las moléculas en un cristal. Las dimensiones en estructuras disipativas, como en las células de Benard, son del orden de centímetros, “correspondiendo a una forma de organización supramolecular” (OC 143). Las escalas de tiempos de ambas estructuras también varían; en estructuras conservativas son del orden de 10-15 segundos, como en las vibraciones de átomos dentro de moléculas alrededor de sus centros de gravedad; mientras que en las estructuras disipativas las escalas de tiempo pueden ser en el orden de segundos, minutos o incluso horas. (P. Rapp, Journal of Experimental Biology, 81, 1979, 281). Estas diferencias de órdenes de magnitud se encuentran tanto en sistemas químicos como el Bruselador, donde no hay elementos mecánicos, como en sistemas físicos como las células de Benard.
La reacción química inorgánica más estudiada fue reportada por primera vez por el químico ruso B. P. Belousov en 1958 y examinada en detalle posteriormente en el laboratorio de un amigo ruso, A. M. Zhabotinskii. Sus reportes generaron mucho interés en la escuela de Prigogine en Bruselas durante los años 60. Se cree que el comportamiento de la reacción Belousov-Zhabotinskii (BZ) se basa en que contiene ambos pasos, autocatalítico y catalítico cruzado, tal como Prigogine propone en su modelo Bruselador. Lo sorprendente acerca de la reacción BZ es que dos de sus componentes intermedios se forman por moléculas rojas y azules, respectivamente en cantidades comparables. Al combinarse esperaríamos una mezcla violeta de ambos colores, pero esto no ocurre así, en condiciones apropiadas vemos una secuencia periódica en la que el frasco completo cambia a rojo, luego a azul y luego a rojo otra vez. Tenemos un oscilador inorgánico, verdaderamente un reloj químico. Como el efecto Benard, este fenómeno va en contra de nuestra intuición, ya que esperamos que las moléculas se desplacen eventualmente a un estado de equilibrio caótico de desorden manifestando un color violeta. Pero encontramos componentes intermedios oscilando periódicamente entre rojo y azul de una manera altamente coherente. Prigogine hace hincapié en que para que billones de moléculas realicen un cambio de color espontáneo como éste, debe haber una manera en la que se informen unas a otras. Por lo tanto, estas estructuras disipativas pueden ayudar a explicar cómo es que los sistemas se comunican para actuar como un todo, un fenómeno importante para la Química y la Neurofisiología. Aparentemente el mundo físico y químico no vivo también cuenta con su propia autoorganización potencial para el surgimiento de sistemas complejos que permanecen indefinidamente lejos de un estado de equilibrio o no equilibrio. Sin embargo, Prigogine menciona:
“Permítasenos enfatizar una diferencia interesante. En ejemplos conocidos en la química inorgánica, las moléculas involucradas son simples pero los mecanismos de reacción son complejos – en la reacción Belousov-Zhabotinsky han sido identificados treinta componentes. Por el contrario en muchos de los ejemplos biológicos que tenemos, el esquema de la reacción es simple, pero las moléculas (proteínas, ácidos nucleicos, etc.) son altamente complejas y específicas. Esto difícilmente pude ser un accidente. Aquí encontramos un elemento inicial que marca una diferencia entre la Física y la Biología. Los sistemas biológicos tienen un pasado, sus moléculas constitutivas son el resultado de una evolución, ya que han sido seleccionadas para tomar parte en mecanismos autocatalíticos y generar formas muy específicas de procesos de organización” (OC 153).
Por lo tanto, la Química juega un papel importante para proporcionar el puente de Teilhard entre la Física y la Biología.
Otro ejemplo, citado con frecuencia por Prigogine, es aquél que se realiza vertiendo una pequeña cantidad de la solución roja BZ en un disco plano formando una capa delgada uniforme. A continuación, puntos azules aparecen en la solución roja y crecen en un sorprendente arreglo multicolor de estructuras anulares. El cambio periódico de color en la reacción BZ ejemplifica las variaciones periódicas de autoorganización en el espacio. Se piensa que la subdivisión de células durante el desarrollo de embriones sigue el mismo proceso que estos sistemas inorgánicos (“Control of Sequential Compartment Formation in Drosophilia”, S. A. Kaufmann, R. M. Shymko, K. Trabert, Science 199, 1978, 259-570). La forma en que se propagan las ondas en la solución BZ, una condición lejos del equilibrio, es similar al proceso de agrupación en colonias del moho de fango.
Ya podemos resumir la discusión de los dos principios de orden y forma en la naturaleza. Las estructuras conservativas son el resultado de fuerzas estáticas de atracción y repulsión entre partículas sin disipación de energía y se asocian a un estado de equilibrio. Por otro lado, las estructuras disipativas son estados de orden en un no equilibrio dinámico, orden que sólo puede ser mantenido por un flujo de energía. Son capaces de surgir de la sincronización de procesos físicos y químicos de los que nuevas formas específicas se generan espontáneamente con una autoregulación. El Bruselador de Prigogine es una estructura disipativa en la cual la reacción autocatalítica hace posible la autoorganización. De manera similar, durante el desarrollo de los organismos vivos, las estructuras disipativas son las responsables de organizar espacial y temporalmente los átomos y las moléculas de las estructuras conservativas en los elementos biológicos especificados por el programa genético. Para Prigogine encontrar ambas fuerzas, conservativa y disipativa, en seres vivos y no vivos, en los mundos orgánico e inorgánico, significaría que la unión de la Física y con la Biología, buscada también por Teilhard, ha sido finalmente realizada.
En lo que a nosotros respecta, estos ejemplos citados por Prigogine son en verdad bastante compatibles con la perspectiva de Teilhard:
“Una cierta ley fundamental se nos revela, afectando así al mundo entero. Ya no hay en el universo, como seguimos repitiendo, solamente la desalentadora entropía que inexorablemente reduce todas las cosas a las formas más elementales y estables. Más bien, a través y por encima de esta lluvia de cenizas, surge un tipo de torbellino cósmico, en cuyo centro se encuentran las cosas del mundo, utilizando preferentemente los cambios, gira y se desenrolla más y más, firmemente dentro de sí mismo, en ensambles cada vez más complejos y centrados” (Oeuvres vol. 7, 302).
Los fenómenos físicos y químicos que hemos visto, como el efecto de Benard y la reacción BZ, son evidencia irrefutable de lo que Teilhard observó: “un vagabundeo cósmico de materia dirigiéndose a estados de arreglo de una gran y progresiva complejidad” (LME 71).
Teoría de la bifurcación
Prigogine también ha aprovechado una reciente escuela de matemáticas llamada “teoría de la bifurcación”, y con ella ilustra y prueba el surgimiento de la autoorganización en ambos reinos, el vivo y el no vivo. En términos generales, esta propuesta es capaz de modelar y describir el comportamiento y la transformación de un sistema dinámico tal como la reacción del Bruselador. Siempre y cuando la concentración de los agentes reactores A o B permanezcan dentro de un cierto rango de estabilidad, se mantendrá el estado de equilibrio. Sin embargo, cuando la concentración de un agente reactor alcanza el valor crítico, ocurre un “punto de bifurcación”: el sistema se ramificará en uno de dos nuevos estados lejos del equilibrio. La elección de cuál seguirá involucra un elemento aleatorio inherente en las fluctuaciones locales del sistema. Lo importante aquí es notar que un orden superior surgirá espontáneamente en la naturaleza en vez de disminuir, como sería de esperarse.
Algunas aplicaciones de la teoría de la bifurcación a la evolución pertenecen al pensamiento teilhardiano. En primer lugar, nuevas propiedades de la materia aparecen en condiciones lejos del equilibrio, propiedades que en el pasado sólo se le atribuían a los sistemas vivos. La teoría de la bifurcación se puede aplicar entonces a ambos sistemas, el vivo y el no vivo. Las oscilaciones lejos del equilibrio observadas en la reacción BZ han sido encontradas en numerosos sistemas bioquímicos. Por ejemplo, los investigadores reportan “un atlas de osciladores celulares” al encontrar oscilaciones en reacciones de enzimas catalizadas, en la síntesis de proteínas, oscilaciones de músculos, movimiento de células, crecimiento y desarrollo (P. Rapp, Journal of Experimental Biology, 81, 1979, 281). La naturaleza de las oscilaciones varía desde la liberación de enzimas y neurohormonas hasta el marcapasos de contracciones musculares. El oscilador que más se entiende en sistemas vivos es el proceso de la glucólisis, cuyo comportamiento periódico en el metabolismo es uno de los principales mecanismos productores de energía en células vivas. Estos son sorprendentes ejemplos de sistemas abiertos con estructuras disipativas.
Es digno de mencionarse que la aplicación que Prigogine hace de la relativamente abstracta teoría de la bifurcación matemática a sistemas vivos y no vivos conjuntamente, se encuentra muy a la par de cómo Teilhard vio este fenómeno desde su muy particular punto de vista.
“No soy un matemático tal que sea capaz de juzgar ni siquiera lo bien fundamentado o los límites de la relatividad en la física. Pero, como un naturalista, estoy obligado a reconocer que la aceptación de un medio dimensional en el cual espacio y tiempo están orgánicamente combinados, es la única manera que hemos encontrado para explicar la distribución a nuestro alrededor de sustancias animadas y no animadas” (PM 83).
Más adelante, Teilhard escribió “[la Tierra] está pasando por una serie consecutiva de equilibrio en movimiento… algo continuo e irreversible” (PM 101). “A la luz de nuestra experiencia es profusamente claro que la emergencia en el curso de la evolución puede sólo ocurrir sucesivamente y con dependencia mecánica a lo que le precede” (PM 270). Hoy, una explicación de la evolución demanda “cambios sucesivos, esto es, secuencias de bifurcación” (TUK 35): lo cual es en principio lo que Teilhard parece haber querido decir en el párrafo anterior con “series consecutivas de equilibrios en movimiento”. Así, la historia e irreversibilidad del tiempo, tan importantes para la perspectiva evolutiva de Teilhard, están implícitos en la teoría de la bifurcación. “Es muy importante enfatizar que el comportamiento de tales sistemas [de bifurcación] depende de su historia… El estado que alcanzamos depende de la historia previa del sistema. Hasta ahora, la historia ha sido comúnmente usada en la interpretación de fenómenos biológicos y sociales, pero el que juegue un papel importante en procesos simples es completamente inesperado” (OC 161). Leyendo a los contemporáneos de Teilhard se puede ver lo radical de su pensamiento acerca del carácter unidireccional del tiempo. Prigogine hace hincapié en el carácter de tal pensamiento que implica la teoría de la bifurcación citando a Gilbert Newton Lewis, uno de los fundadores de la físico-química.
“Veremos que casi en todas partes los físicos han expurgado de su ciencia el uso del tiempo unidireccional, como si estuvieran conscientes de que esta idea introduce un elemento antropomórfico, ajeno a los ideales de la física. No obstante, en varios casos importantes el tiempo unidireccional y la causalidad unidireccional han sido invocados y siempre, como procederemos a mostrar, en apoyo a alguna doctrina falsa” (G. Lewis, Science, 71, 1930, 570).
El entendimiento que tiene Teilhard del tiempo unidireccional, y no simétrico como en la ciencia clásica, es compatible con otra importante implicación de la teoría de la bifurcación. Las soluciones matemáticas a la ecuación de un sistema no predicen qué camino tomará en el punto de la bifurcación. La simetría de los caminos a seguir indica que la posibilidad de que suceda uno o el otro es igual, existe un elemento aleatorio irreducible en el surgimiento de la autoorganización. “Los procesos de autoorganización en condiciones lejos del equilibrio corresponden a una delicada interacción entre el azar y la necesidad, entre fluctuaciones y leyes deterministas” (OC 176). Las fluctuaciones o los elementos aleatorios juegan un papel importante alrededor de los puntos de bifurcación, mientras que por el otro lado, las leyes deterministas se vuelven dominantes en los puntos de bifurcación. Para Teilhard “el juego del azar [que es físico]” (AE 124) es necesario para explicar la obvia “agrupación” en la evolución. Mientras escribía en 1945 acerca del surgimiento de la vida “al capricho del azar”, pero aún constantemente “incrementando lo complicado y la unificación” (AE 134), aclara su pensamiento científico con un ejemplo de la vida en sociedad.
“A nuestro propio nivel, en verdad, encontramos un eco, o aun una extensión exacta de este proceso de organización en el sentido en el que, en la vida diaria, cualquier negocio o investigación o asociación religiosa está establecida. Comienza con dos o tres individuos inspirados por el mismo plan de reunirse al azar. Después, según lo determinen las circunstancias y la codicia, el núcleo crece y las ramificaciones se extienden más allá. Finalmente, la asociación limitada de unidades preexistentes e interrelaciones, sin rupturas ni intrusiones externas dentro del sistema, un nuevo organismo ha nacido dentro del medio ambiente del hombre” (AE 134).
Prigogine amplió un poco este ejemplo ofrecido por Teilhard para extender la teoría de la bifurcación a una organización social.
“Ahora sabemos que las sociedades son sistemas inmensamente complejos que comprenden un número potencialmente enorme de bifurcaciones ejemplificadas por la variedad de culturas que ha evolucionado en la relativamente corta duración de la historia humana” (OC 312).
En resumen, existe una compatibilidad considerable entre la perspectiva teilhardiana y la teoría de la bifurcación adoptada por Prigogine y otros para explicar el surgimiento de la autoorganización en la evolución. Entre los temas que manifiestan esta compatibilidad se encuentran las formulaciones de la teoría de la bifurcación, aplicada a los sistemas de lo vivo y el no vivo; la importancia de la historia y su carácter unidireccional en la teoría de la bifurcación; y la manera en que ésta incluye tanto al azar como a la necesidad.
Energía y entropía
Una de los problemas más serios que Teilhard encontró en la reconciliación de la filosofía evolutiva fue “la natural relevancia de estos dos principios de conservación y disipación de la energía” (PM 52). Como científico, estaba consciente de la importancia que estos principios pueden tener en cualquier cosmovisión. El principio de conservación, la así llamada primera ley de la termodinámica, dice que en cualquier sistema cerrado, durante la conversión de energía de una forma a otra, la energía total permanece constante, esto es, se conserva. Así, si una máquina de vapor convierte energía mecánica en energía eléctrica, la energía total se conserva.
Una forma del principio de la disipación observado por Teilhard, la segunda ley de la termodinámica, ya ha sido discutido considerando la conducción irreversible del calor. Es sobradamente conocido que el calor fluya de caliente a frío. El principio prohíbe el proceso inverso de que el calor pase de frío a caliente sin una fuente de energía externa. Aun cuando la forma original del principio de la disipación en el siglo diecinueve se expresaba en términos de intercambio de calor, pronto se comprendió que podía extenderse para describir la irreversible expansión de gas. Ejemplos de tal fenómeno a lo largo y ancho de la naturaleza conducen a una cantidad matemática llamada entropía. Procesos irreversibles acaban en un estado de equilibrio donde no ocurren más cambios macroscópicos. El principio de disipación, la segunda ley, identifica este estado de equilibrio con la máxima entropía. Cualquier cambio espontáneo que ocurre en un sistema cerrado tiende a incrementar su entropía conforme se desplaza hacia el equilibrio. Jeremy Rifkin ofrece una explicación más minuciosa:
“Por ejemplo, si quemamos un pedazo de carbón, la energía permanece pero es transformada en dióxido de sulfuro y otros gases que se esparcen después en el espacio. Ya que no se ha perdido energía en el proceso, sabemos que no podemos quemar de nuevo ese pedazo de carbón y obtener el mismo trabajo de él. La explicación de esto se encuentra en la segunda ley de la termodinámica, que indica que cada vez que la energía es transformada de un estado a otro ‘se exige un cierto castigo’. Este castigo es la pérdida en la cantidad de energía disponible para llevar a cabo algún tipo de trabajo en el futuro. Existe un término para esto; es llamado entropía” (Entropy, 34).
Entre las generalizaciones de la segunda ley de la termodinámica está que el orden tiende a dar paso al desorden. Es más difícil alcanzar un grado elevado de orden y estructura que el caos. Si se arregla un paquete de cartas en una cuidadosa secuencia y luego es barajada al azar, se espera una secuencia altamente desordenada. La posibilidad de barajar un paquete de cartas por orden de palo, por ejemplo, es increíblemente pequeña. Una casa requiere cuidado para ser construida, pero es fácilmente demolida en un montón de ladrillos. El desorden puede ser identificado con la entropía y por lo tanto con el estado de equilibrio.
Dos preguntas clave acerca del principio de la disipación preocupaban a Teilhard y a Prigogine. Primero, si todos los sistemas naturales se mueven irreversiblemente hacia la entropía máxima, ¿cómo se puede explicar que la evolución parece tender hacia altos niveles de organización? y segundo ¿qué es lo que el principio de disipación significa para el futuro del universo? Desde sus propias perspectivas individuales Teilhard y Prigogine luchan con estas preguntas.
“Nadie duda más que el mundo de las formas vivientes es el resultado de la asociación cada vez más compleja entre los corpúsculos de materia de los cuales está compuesto el universo. Pero, ¿cómo hemos de concebir el mecanismo generativo de esta ‘complejificación’? Es muy cierto que la materia en la Tierra está implicada en un proceso que la mueve a acomodarse por sí misma, empezando con elementos relativamente simples, en todas las grandes y complejas unidades. Pero, ¿cómo hemos de explicar el origen y el crecimiento de este proceso de arreglo?” (FM 199).
“¿Qué significado tiene la evolución de un ser vivo en el mundo que describe la termodinámica, un mundo siempre en creciente desorden? ¿Cuál es la relación entre el tiempo de la termodinámica, un tiempo dirigido hacia el equilibrio, y el tiempo en el que ocurre la evolución que tiende hacia una creciente complejidad?” (OC 129).
La respuesta de Prigogine es la siguiente. Es cierto que la autoorganización, que ocurre en procesos lejos del equilibrio, causa una disminución de la entropía; el orden y la estructura que se desarrollan en el efecto Benard, la reacción BZ y sistemas vivos en evolución disminuye la entropía. Sin embargo, de acuerdo con la segunda ley, debe haber una energía de disipación total. Prigogine subraya que ambos, el sistema lejos del equilibrio y su entorno, deben tomarse siempre en consideración. Esto hace que se llegue a un incremento total de entropía, un incremento en el desorden. Todos los ejemplos citados son sistemas abiertos en los que la energía disipada que se generó durante la autoorganización puede ser intercambiada con (energía de) el entorno. La actividad biológica puede ocurrir en el planeta Tierra debido a que la luz solar proporciona la fuente de energía para la autoorganización mientras el resto del universo actúa como una reserva para la energía disipada que se genera. La complejificación de Teilhard puede ocurrir, pero a expensas de un creciente desorden en el ambiente. Mientras exista un sol, como fuente de energía, y el universo que absorba la energía disipada, existe un sistema abierto para estos procesos disipativos lejos del equilibrio.
Prigogine no piensa que “hemos abarcado la historia entera” (TUK 40). De especial interés es lo que él llama “inestabilidad estructural”, las fluctuaciones en un sistema conforme se aleja del equilibrio, cuya aparición provoca nuevos tipos de comportamiento. “Ese fenómeno jugará probablemente un papel más importante para resolver las fascinante preguntas de la evolución de la vida en sus estados prebiológicos” (TUK 40). Pero para Prigogine, la respuesta del dilema de la termodinámica de la autoorganización “no se debe a una alternativa arbitraria que siga una nueva corriente intelectual; por el contrario, nos es impuesta por nuevos conocimientos experimentales” (TUK 40). La clase de datos que hemos revisado en este ensayo proporciona la evidencia que él ofrece de su seguridad.
La propuesta de Teilhard refleja su experiencia como geólogo y paleontólogo a través del estudio de las capas de la corteza terrestre y los varios fósiles en ellas. Poseía conocimiento de la termodinámica, pero probablemente no estaba conciente de casos no biológicos de complejificación tales como el efecto Bernard. Lo más notable de todo era su perspicacia:
“En la ciencia, dos cosas están de ahora en adelante más allá de toda discusión. Primero, en virtud de alguna disposición inicial (y por ‘inicial’ es inexplicable) del Weltstoff, la materia se funde o cristaliza (este es el resultado de alternativas que son puestas en juego por la fantástica multiplicidad y la fantástica agitación de las partículas en las que se condensa); pero, lo que es más, también tiende a organizarse por sí misma, ‘céntricamente’ (alrededor de un centro), en la forma de partículas más grandes y más complejas.
En segundo lugar, bajo la influencia de la creciente organización y de acuerdo con ella, esta misma materia se interioriza (aquí nos encontramos con el fenómeno de conciencia) con una intensidad que se incrementa, en los seres vivos superiores, con el desarrollo del sistema nervioso” (AE 324).
El primer punto de Teilhard es en general aceptable para Prigogine ya que “a los ojos de un físico, nada existe legítimamente,… excepto la ausencia de cosas” (PM 55), que se refiere a las propiedades mensurables de la materia. Más aun, palabras clave como alternativa, organizar, multiplicidad y agitación (fluctuación) son compatibles con sus ideas.
El debate entre científicos, incluyendo a Prigogine, comienza cuando Teilhard argumenta que “el fenómeno de conciencia” (PM 55) se intensifica mientras la materia se “interioriza” (HE 97). La conciencia, actividad psíquica, se define como “el interior” de la materia y “no se justifica más para nosotros el que experimentalmente asignemos un principio absoluto a estas tres expresiones de uno y de lo mismo (el dentro, conciencia y espontaneidad) que para otras líneas del universo” (PM 57). De esta manera, la conciencia de Teilhard es una propiedad del “interior” de la materia como, por ejemplo, la velocidad es del “exterior”. Así como bajas velocidades aparentemente no poseen influencia en la materia, velocidades muy altas incrementan la masa observable exponencialmente. De forma similar, para Teilhard la propiedad de la conciencia no es evidente en formas inferiores de materia pero cada vez se encuentra con más facilidad en animales superiores. Así como Prigogine ve la “comunicación” en la naturaleza viva y no viva como una “nueva coherencia” (OC 13), no reconocida previamente, Teilhard les atribuye conciencia a ambas naturalezas. Investigando la evolución en sus estados más tempranos, cuando existía menos complejidad, el “interior” (conciencia, actividad psíquica) tiende a desaparecer. Teilhard escribe a cerca de este ‘interior’: “En una perspectiva coherente del mundo, la vida inevitablemente asume una ‘previda’ tan anterior a ella como el ojo pueda ver” (PM 57). Ambos autores han forcejeado con esta idea y han dado, desde sus propias perspectivas, una solución a la autoorganización de la naturaleza como una “antientropía” (neguentropía) (AE 315).
La segunda cuestión, en relación al significado del principio de la disipación para el futuro del universo es más difícil de contestar. Sus respectivas respuestas parecen incorporar una diferencia fundamental en perspectivas personales a las que Prigogine se refiere en la conclusión de la parte I de este ensayo (TUK 148). Ambos dan esperanzas, pero por diferentes razones.
El punto en cuestión comprende la revolución del pensamiento científico en el siglo veinte. “Se supone que el espacio y el tiempo newtonianos deben permanecer absolutos, una arena fija o un armazón, sin cambio por el comportamiento del contenido (cuerpos materiales)” (Space and Time in the Modern Universe, 12), en tanto que el nuevo modelo de expansión, implica un orden temporal, “es un universo limitado en tamaño” (ibid., 151). La gravitación y otras interacciones entre las partes afectan la geometría del universo entero. En este sistema cerrado de tamaño finito, sin nada que lo rodee, es inevitable que con el tiempo la entropía alcance un máximo, el estado de equilibrio. Esta situación se explica a menudo en la literatura popular como la “muerte del calor” del universo.
Después de considerar los conocidos principios físicos y matemáticos respecto al futuro del universo, Prigogine concluye:
“Sin embargo, las preguntas ¿qué es irreversibilidad en la escala cósmica? y ¿podemos introducir un operador de la entropía en el marco de una descripción dinámica en la que la gravitación juegue un papel esencial? son formidables. Yo prefiero confesar mi ignorancia” (BB 214).
Así desde un punto de vista científico, “muchas de las preguntas que nos hacemos quedan todavía sin resolver” (TUK 41). Con Karl Popper, él rechaza la propuesta citada abajo por Ludwig Boltzmann, de que la asimetría del tiempo es sólo una convención humana sin realidad objetiva:
“Me parece que esta manera de ver las cosas es la única que nos permite entender la validez de la segunda ley, y la muerte del calor en cada mundo individual, sin provocar un cambio unidireccional del universo entero desde un estado inicial definitivo a un estado final” (OC 254).
Cómo eliminar lo inevitable de este estado final de máxima entropía, la muerte del calor, ha sido una meta de la ciencia teórica durante más de un siglo. Por consiguiente, Prigogine deja una pregunta abierta exhortando a “tomar la tarea de Boltzman una vez más” con “nuevas esperanzas” (OC 255).
En la respuesta que da Teilhard a preguntas acerca del futuro del universo, una uniformidad de visión es imprescindible, lo que le permite combinar su experiencia científica y religiosa.
“Es esta visión la que será adoptada por todas las ramas existentes de las religiones modernas para formar la base de su convergencia gradual: una convergencia de todo, desde el cristianismo… hasta la nuevas formas del islam y el budismo. La razón de este acuerdo es tan profunda como es simple. Es sólo en este prospecto de unión (y escape) a través de la convergencia que todas las demandas, tanto de nuestras aspiraciones como del mundo experimental, pueden encontrar la satisfacción y asistencia mutua: y esto con perfecta comodidad, y sin pérdida o distorsión (TF 47).
La “unión (y el escape) a través de la convergencia” final aparece en un estado de la evolución en el que la humanidad como un todo emergerá en una última separación de la conciencia y la materia. Esta es parte de la “exigencia de irreversibilidad que es inherente a la naturaleza pura del fenómeno evolutivo” (AE 332). La complejificación e interiorización evolutiva en el proceso cósmico incorporan así los aspectos determinantes e indeterminados de la teoría moderna de la bifurcación. Más allá, para Teilhard, en “un punto de bifurcación e inflexión (AE 335), lo psíquico se separará de la materia y habrá una emancipación “en un estado libre, un pensar sin cerebro. El escape de alguna parte del Weltstoff de la entropía” (AM 264).
“Esto significa que con el fin de incorporar la vida (y, en un sentido más general, todo el fenómeno o corpusculización) es necesario construir una energética general, no en el eje simple de la entropía, sino en dos ejes conjugados, uno de gran probabilidad y el otro de gran complejidad” (AE 331).
La conciencia continuará elevándose en unidad hacia Dios y como predice la segunda ley: “Habrá un día en que la Tierra también, decolorándose a una blancura uniforme, como un gran fósil, será una esfera gravitacional vacía; no habrá más movimiento en su superficie” (HM 190). Esta visión antientrópica de un futuro humano positivo permite al mismo tiempo una muerte final del calor y una máxima entropía. Teilhard era consciente de que esta “hiperfísica” de la liberación futura de la humanidad sería vista de reojo por muchos. “Estos pensadores, creo yo, se han engañado a sí mismos al no seguir de cabo a cabo la esencia de esta frase: Muerte total del universo” (HE 40). Pero para Teilhard “un universo que continuara funcionando asiduamente a la espera consciente de la muerte absoluta sería un mundo estúpido, una monstruosidad, una verdadera quimera” (HE 41). Por el contrario, un “sentido de la Tierra” (HE 31) en la naturaleza requiere una elevación de la conciencia para levantar “recientes energías liberadas de amor, las energías durmientes de la unidad humana, las vacilantes energías de la investigación” (HE 32).
Muchos teilhardianos son atraídos por el “sentido apasionado de un destino común” (HE 31) para la convergencia futura de la humanidad y por el amor, “la energía psíquica primigenia y universal” (He 33). Para alcanzar esta meta:
“Permítasenos colocar en el primer plano de nuestras preocupaciones concretas a la organización y exploración sistemática de nuestro universo como el pináculo de las funciones humanas. Absorberá el espíritu del camino y brillará con la iluminación de las religiones. Para ejercer una presión constante en toda el área de la realidad, ¿no es este el signo supremo de fe en el ser y, por lo tanto, de veneración? Todo esto es nuestro si aprendemos a no sofocar el espíritu de la Tierra” (HE 38).
El “espíritu de la Tierra” de Teilhard hace de la “ciencia un esfuerzo planetario” (Omni, 121) y “una actividad creativa y ética que está alojada en la cultura como un todo” (TUK 42). Por lo tanto, ambos pensadores acentúan el papel esencial de la ciencia en el futuro de la evolución.
En resumen, tanto Teilhard como Prigogine tratan directamente con la cuestión de la entropía. La concienzuda explicación que Prigogine da acerca de la construcción de la autoorganización está en el contexto de una perspectiva termodinámica y matemática. Teilhard introduce una hiperfísica con atributos de la materia de un “exterior” (propiedades físicas) y un “interior” (conciencia, espontaneidad). Durante el proceso de evolución, lo exterior de la materia se intensifica al tiempo que ocurre la complejificación. El futuro último del universo queda sin resolverse en los escritos de Prigogine, pero existe la esperanza en el futuro inmediato de la especie humana. Teilhard supone una separación de la actividad psíquica de la materia en el punto crítico de bifurcación en el proceso evolutivo. Esto permite que la humanidad “escape de la recaída hacia el desconcierto” (AE 334), la entropía máxima. De esta manera, Teilhard integra su hiperfísica con aquella otra fuente central en su vida: su experiencia religiosa y su fe cristiana.
III. Sinopsis y conclusión
Teilhard subrayó reiteradamente el hecho de que la materia tiene la habilidad de complejificarse. Este constante proceso de complejificación en la evolución lo llevó a considerar la materia de forma diferente a lo que era la norma oficial, enseñada por los químicos y físicos de su época. En la ciencia tradicional, la materia era vista como cosa muerta cumpliendo leyes programadas que pueden predecir el futuro en detalle y con exactitud. Pero para Teilhard una serie de peculiaridades importantes fue olvidada:
“Si debemos ‘psicoanalizar’ a la ciencia moderna llegaremos a esta conclusión: que la vida… sigue siendo observada y tratada por los físicos como una excepción, un desvío irregular de las grandes leyes naturales: una irregularidad interesante, sin duda, en la escala terrestre, pero sin validez real para la comprensión de la estructura básica del universo. El que la vida sea un epifenómeno de la materia, justo como el pensamiento es un epifenómeno de la vida, todavía es un hecho para demasiadas personas, demasiado a menudo.
“Me parece esencial, entonces, protestar sin demora contra esta actitud despectiva recalcando que… hay una solución más al dilema presentado por los hechos a la inteligencia de quienes indagan: la vida no es un epifenómeno, sino la esencia misma del fenómeno” (MPN 18).
La materia “se organiza a sí misma” (FM 217) y es capaz de, “cuando es elevada corpuscularmente a un muy alto grado de complejidad, centrarse e interiorizarse, es decir, de darse conciencia a sí misma” (FM 218). Este vínculo de la materia con la autoorganización y la vida es el legado de Teilhard.
Como teórico, Prigogine también ha aplicado los principios científicos a todos los niveles del universo. Sus conclusiones y ejemplos, extraídos de fenómenos físicos, químicos y biológicos corroboran la afirmación de Teilhard sobre la autoorganización tanto en materia viva como en la inerte. Un ordenamiento espontáneo permite la “comunicación” a billones de moléculas a través de grandes distancias. Esta comunicación “es una propiedad que todos concedieron siempre a los sistemas vivos, pero en los no vivos era más bien inesperada”. Añade: “Antes, supusimos que la vida era la gran excepción, el reverso de las leyes de la Física. Ahora podemos ver que la complejidad puede surgir espontáneamente lejos del equilibrio” (Omni, 90). Así, para Prigogine, la materia ya no puede seguir siendo considerada cosa muerta, pues “la sustancia pasiva descrita en la visión mecanicista (maquinal) del mundo, es asociada con actividad espontánea” (OC 9). El origen de la vida ya no parece contradecir tanto “las leyes ‘normales’ de la Física” (OC 14). La vida se considera “la expresión máxima de los procesos de autoorganización que suceden” (OC 175). Este movimiento interno y espontáneo para formar totalidades a través de todos los niveles de la materia fundamenta un acuerdo básico entre Teilhard y Prigogine.
El empleo de la teoría de la bifurcación así como de la termodinámica lejos del equilibrio en el estudio de la evolución apoya el principio teilhardiano de que todo movimiento evolutivo tiene su origen en el pasado y su extensión en el futuro. Basado en sus estudios de complejificación, Prigogine deja el futuro abierto, comprendiendo “que el progreso científico puede poner en riesgo la supervivencia de la humanidad” (TUK 42). Lo que hace falta es “una cercana colaboración entre la ciencia y las humanidades para garantizar la dignidad de la vida humana entre la creciente población” (TUK 42).
El futuro en la visión de Teilhard también está abierto. Sin embargo, supone una producción continua de mayor complejidad acompañada de crecientes niveles de conciencia. Este “espíritu de la Tierra” (PM 253) trae consigo “la forma de la mente que se prepara para dar a luz en el vientre de la Tierra” (PM 214). Tiene dos atributos, “conocimiento” (PM 248) y “unanimidad” (PM 250), que se considera emergen con la evolución, y madurará hacia una personalidad convergente. Tarde o temprano convergerá la colectividad del ser humano en una unidad psíquica universal en “un punto que podemos llamar Omega, que los fusiona y consume completamente en sí mismo” (OM 259). Esta fusión en el punto Omega le permite a Teilhard abordar “el problema del amor” (PM 263). Teilhard propone que la ocasión del amor en niveles más altamente evolucionados implica la postulación de su existencia, al menos de manera incoativa, incluso en los niveles más bajos de lo inerte. Empleando su tema de “amor como energía” (PM 264) Teilhard coloca la fusión en el punto Omega de la personalidad convergente de la humanidad con el dios personal del universo en Cristo. Por lo tanto, “como los meridianos mientras se aproximan a los polos” (PM 30), su visión científica converge con la visón religiosa que desarrolló a partir de su fe cristiana.
Como Prigogine afirmó en la Universidad de Georgetown, existe una diferencia en la visión que ambos pensadores tienen del futuro. De acuerdo a la teoría de la bifurcación, y su probabilidad inherente, Prigogine considera “las posibilidades del futuro con mucha incertidumbre” (TUK 42). Teilhard admitiría la misma incertidumbre ya que la historia de la evolución muestra que una buena cantidad de “buscar a tientas” es inevitable. Sin embargo para Teilhard, el pasado muestra que este “buscar a tientas es el arma específica e invencible de las crecientes multitudes… [que] combina la fantasía ciega de los grandes números con la exacta orientación de un blanco específico. La probabilidad dirige la búsqueda a tientas” (PM 1 10). Para Teilhard, todos los mecanismos de la evolución se abren hacia el futuro, mientras el proceso marcha hacia el punto Omega. Esto no es necesariamente así para Prigogine. Para Teilhard, la dirección se basa en la historia evolutiva: la autoorganización que se encuentra en desarrollo y la creciente conciencia, seguirán su curso. Prigogine encuentra que “en Teilhard hay un elemento profético que va más allá de la ciencia en sí. Pero es sobresaliente que hoy su postura aparezca mucho menos aislada de lo que lo estuvo cuando escribió su obra” (TUK 41). Citando a Freeman Dyson, físico de Princeton, Prigogine concluye: “En contra de todos los pronósticos, la vida quizás triunfe, moldeando el universo hacia sus propio fines” (TUK 41).