Pierre Teilhard de Chardin

Del libro El corazón de la materia

La Nota sobre la Esencia del Transformismo, no fechada por el autor, fue publicada en los Études teilhardiennes, t. 2, con autorización de la Fundación Teilhard de Chardin. El doctor J.-P Demoulin, director de la revista, intentando situar esta Nota lo mejor posible, llamó nuestra atención sobre el día 21 de noviembre de 1919 del Journal de guerra de Teilhard. En efecto, en él hay una página titulada: L'Essentiel du Transformisme [1]. Después de una atenta lectura de este texto y de una relectura de Comment se pose aujourd’hui la question du Transformisme, cuya tercera parte se titula L'Essence du Transformisme (t. III de sus Obras: La Visión du Passé, pp. 17-40), nos ha parecido que la Nota aquí publicada era intermedia.

Otra razón para fecharla a mediados del año 1920 es la indicación del autor en el tercer párrafo:

«El propósito de la primera Nota… etcétera». ¿Qué segunda nota tiene entonces en proyecto sino la Note sur le Progrés, fechada el 10 de agosto de 1920?

Ésta, en efecto, confirma el transformismo (como conexión orgánica en la sucesión de los vivientes) por los indicios del movimiento que asegura esa conexión, es decir, el Progreso continuo y orientado; en suma: la Evolución.

La conclusión lírica de esta segunda Nota resume admirablemente los dos escritos:

«(…) quien ha visto (…) entrará en la Naturaleza cerrada y profunda. Allí, hundiendo su mirada en el inmenso ramaje que le lleva, cuyas ramas se pierden en la lejanía por debajo de él, en medio del oscuro Pasado, llenará una vez más su alma con la contemplación y el sentimiento de un movimiento unánime y obstinado, inscrito en la sucesión de las capas muertas y en la distribución actual de todos los vivientes. Dirigiendo entonces la mirada por encima de él, a los espacios preparados para las nuevas creaciones, se consagrará en cuerpo y alma, con una fe reafirmada, a un Progreso que arrastra o barre a los mismos que no lo quieren (…)» (T p. 37) (N. d. E.).

* * *

Para un naturalista, generalmente es difícil reprimir su mal humor cuando lee acerca de cuestiones relacionadas con la evolución. Nueve de cada diez veces, si el autor es un adversario del Transformismo, sus golpes fallan o derriban puertas abiertas; y nueve de cada diez veces, cuando quien habla es un defensor de Darwin o de Lamarck, sus argumentos en favor de la evolución biológica no llegan a los fixistas en su postura esencial, o bien los escandalizan inútilmente.

En materia de Transformismo, las discusiones no suelen llevar a ninguna parte, porque no hay entendimiento.

El propósito de la primera Nota es buscar el punto preciso en que radica la oposición íntima entre fixístas y transformistas. Punto que, creo yo, no es explícitamente percibido por todos; pero todos lo sienten instintivamente con gran seguridad, y, en definitiva, únicamente a favor o en contra de él, a propósito de cuestiones a veces muy secundarias y lejanas, se debate, en el fondo, apasionadamente.

Para estar seguros de no perder ese lugar tan importante de primera y fundamental divergencia, no tenemos más que situarnos ante todo en una zona donde, según la opinión general, no existe aún separación alguna entre las posturas, y después avanzar progresivamente en dirección de las opiniones contestadas.

Partiremos, pues, en este análisis del hecho, perfectamente claro para todo el mundo, de que en la Naturaleza existe una cierta unidad de formas. No se esperó a Darwin para observar que el Hombre se parece al Mono, el cámbaro al cangrejo de río y el gato al leopardo. Los vivientes se agrupan en categorías. Forman familias, géneros, especies. Un niño descubre todo ello solo.

La consecuencia inmediata de esta existencia unánimemente reconocida de una continuidad morfológica en la Naturaleza es que los seres vivos, dado que forman un conjunto «ordenado», no son cosas absolutamente separadas, aisladas las unas de las otras. Algo las une en su forma y en su orden de aparición. Se relacionan a través de algo. Aquí, de nuevo, todo el mundo es de la misma opinión.

Pero esto nos lleva a dar un paso más, que va a ser decisivo. ¿Cuál es la naturaleza de ese «algo» por el que los vivientes están constituidos de elementos similares y graduados en un mismo conjunto, sea cual sea, en su grado de generalidad más extrema? ¿Cuál es la especie de la «ligadura» esparcida entre las piezas sucesivamente añadidas al Universo? ¿Es ese elemento de naturaleza intelectual o física? Henos aquí al borde de una gran fractura en la que, si no se tiene cuidado, la cuestión transformista se convierte en un nido de malentendidos.

Una primera respuesta teóricamente posible a la cuestión planteada es ésta: «Los vivientes están distribuidos en el Universo siguiendo un plan puramente intelectual. Entre sus diversas formas no hay ningún puente de determinismo, ningún nexo de naturaleza física, sino únicamente una continuidad artificial. La ley de sucesión de los vivientes, la razón de sus semejanzas, no hay que buscarla en el seno de las cosas: está totalmente concentrada en una idea creadora que desarrolla en puntos sucesivos, sucesivamente planteados, el designio que, en su sabiduría, ha concebido. El Universo es una reunión de seres que germinan los unos independientemente de los otros. Su curva móvil, para ser comprendida, debe descomponerse en una serie de términos individuales, fijos, cada uno de los cuales ha sido planteado como algo nuevo totalmente distinto. Si, por ejemplo, la salida del término N+1 es determinada por el término N, es únicamente en virtud de su número de orden en el plan creador, no debido a una influencia ejercida por N orgánicamente sobre él. Las formas vivientes se encadenan, se generan mútuamente, gracias a un relevo lógico existente en el pensamiento divino».

Esta teoría puede denominarse «Logicismo».

La segunda respuesta, igualmente muy general, que se puede dar a la cuestión crucial: «¿Cuál es la naturaleza de la función que regula la forma y el orden de llegada de los sucesivos vivientes?», es la siguiente: «Los vivientes se ordenan en diversas categorías, se determinan los unos a los otros en su aparición sucesiva, bajo la influencia de un factor que, en su realidad inmediata, es físico, orgánico y cósmico. El Universo está constituido de tal suerte que los vivientes, considerados en el orden de las causas segundas, se suscitan progresivamente, a título de su condición biológica, los unos a los otros. Por lo tanto, si el Caballo ha sucedido al Mesohippus, si el hombre ha nacido después de ciertos Primates, es por la acción de un agente físico definido. Ni el Caballo, ni el Hombre, ni la primera Mónera podían aparecer físicamente ni más pronto ni más tarde de lo que lo han hecho. Sin prejuzgar nada aún respecto de la naturaleza física particular de esta conexión, sin ni siquiera afirmar que haya una descendencia propiamente dicha entre seres organizados, creemos firmemente esto: que los diversos términos de la Vida se llaman físicamente los unos a los otros. Cada uno de ellos, preformado por todo el pasado del Universo, llega en su momento, como una fruta madura, a situarse en el punto marcado del desarrollo del conjunto».

Así hablan los defensores del Fisicismo.

Si se comprenden bien estas dos actitudes primordiales, Logicismo y Fisicismo, resultará que la cuestión transformista no se ubica radicalmente ni en el Darwinismo o el Lamarkismo (es evidente), ni en el Mono o Polifiletismo (esto es menos claro), ni siquiera exactamente en la cuestión de la descendencia (esto quizá extrañe a mucha gente), sino únicamente en esto: ¿debemos ser logicistas o fisicistas?

Realicemos la siguiente experiencia.

Supongamos que, como fixistas, concediéramos a un transformista una oscilación tan amplia como se quiera en el interior de las formas animales. Concedámosle que todos los Mamíferos, todos los Peces, todos los Insectos, descienden cada uno de un mismo origen. Pero mantengamos que el primer Mamífero, el primer Pez, el primer Insecto aparecieron arbitraria y artificialmente en el momento deseado por el Creador, y no como consecuencia de una exigencia física del Universo para recibirlos, es decir, de una verdadera capacidad de este Universo para producirlos. El Transformista dejará de escucharnos.

Probémosle, por el contrario, a ese Transformista, mediante buenos y sólidos hechos, que el Reino animal es esencialmente polifilético, que hay tantos orígenes distintos como géneros o especies sistemáticas. Aceptará nuestros descubrimientos sin pestañear, con agradecimiento, no creerá que tenga nada que cambiar en su actitud profunda de transformista, a pesar de que, en la forma, su visión del Mundo esté totalmente modificada. ¿Por qué? Porque esos innumerables phyla que le hemos mostrado continuarán pareciéndole brotes sucesivos que obedecen a una única ley. Serán los tallos aéreos emitidos sucesivamente por un rizoma invisible pero físico.

Se podría así imaginar a un transformista que crea en la multiplicidad original de las especies, y a un fixista que admita exclusivamente una sola. El uno y el otro habrían invertido sus posiciones aparentes sin modificar su punto de vista fundamental.

Reduzcamos a un transformista a su más simple expresión; no encontraremos sino a un fixista. La «fe» en un nexo orgánico, físico, de los vivientes, esto y sólo esto es la disposición necesaria y suficiente de un evolucionista.

Porque los biólogos discuten sobre los límites de la herencia o sobre la naturaleza de tal o cual carácter primitivo, o bien porque echan por tierra tal o cual filiación, algunos autores creen que la idea transformista está en decadencia. Esto es una pura ingenuidad. No hay un sólo naturalista digno de este nombre que no sienta crecer de día en día, con cada nuevo detalle, su convicción íntima respecto de la existencia de una conexión orgánica entre todos los vivientes. Tiene dudas respecto de la naturaleza misma del agente físico esparcido entre las sucesivas formas de la vida. Pero tiene la profunda convicción y la magnífica esperanza de que ese agente existe, confundido o no con la función generadora, y de que algún día se precisarán su nombre y sus características.

Esto en cuanto a los transformistas. Y ahora, sin calumniar a los fixistas, parece posible decirles que, en virtud de su posición fixista, ellos son los logicistas. Lo son, y no pueden lógicamente ser otra cosa. Sé que protestarán ante este juicio. Negarán la identificación. Mantendrán que, según ellos, el plan divino puede y debe transcribirse en una propiedad conferida a las causas segundas de suscitar progresivamente vivientes; pero en esto dejan de estar de acuerdo consigo mismos y son ya propiamente transformistas. Porque el transformista conserva tanto como cualquiera el derecho a creer que, para mover el mundo, es necesaria una acción creadora; lo que él postula es simplemente que esa acción perenne e indispensable de la causa primera nos llega, en el orden histórico y experimental, bajo la forma de un movimiento orgánicamente montado. Pues bien, fixistas, eso es precisamente lo que estáis admitiendo.

Es preciso elegir: o bien hay evolución, o bien hay intrusión. O bien, en el orden de las apariencias, los vivos se preparan y se introducen físicamente los unos en los otros, y esto es verdadero transformismo con todas sus consecuencias históricas y biológicas, o bien las diversas formas vivientes surgen aisladamente (es decir, sin introductor creado), no hay ni brotes ni phyla, y entonces es necesario recurrir inmediatamente a la intervención de una inteligencia extracósmica para dar cuenta de las semejanzas existentes entre los seres organizados; y esto supone admitir el Logicismo puro, con todas sus inverosimilitudes.

Los fixistas, si son consecuentes con sus creencias, no tienen más hipótesis que la de un plan divino realizándose sin intermediario creado para interpretar el hecho evidente de la unidad morfológica de los vivientes. O bien son logicistas integralmente, o bien son transformistas, o bien no explican nada en absoluto.

Ahora bien, es preciso, no obstante, buscar una explicación al nexo entre los seres. Y es preciso, no por una fantasía condenable ni por el placer de criticar, sino por el impulso invencible de lo más sagrado que hay en el Hombre: la necesidad de saber y de orientarse.

Las sencillas consideraciones precedentes me parecen dignas de atención. En efecto, reconocer que los transformistas son en realidad fisicistas, y los fixistas logicistas, reducir, en consecuencia, a una sola divergencia profunda las mil y una discusiones superficiales vanamente entabladas en torno a la evolución biológica, sustituir finalmente los problemas secundarios de la herencia y la generación por la gran cuestión del «nexo universal» de las cosas, supondría verdaderamente situar en un terreno sólido la cuestión filosófica del transformismo. En este punto preciso del Fisicismo y el Logicismo, y no en otro, tienen los adversarios la posibilidad de encontrarse y afrontarse, suponiendo que sea aún posible la discusión cuando los términos del problema se plantean con tanta sencillez y crudeza.

Porque es preciso reconocer que, reducida a su misma esencia, la cuestión transformista parece casi desvanecerse, por lo claro que resulta, por una parte, que nadie es rigurosamente fixista, sino que se acantona en el ámbito abstracto de la Causa primera, y por otra, que en el ámbito de las realidades concretas, todo el mundo es, si no con palabras, si al menos en sustancia, transformista [2].


NOTAS

[1] El segundo tomo del Journal, que contiene esta página, está publicado, bajo la supervisión de M. Schmitz-Moormann, por Editions Fayard.

[2] 1920, Antes de la Nota sobre el Progreso, fechada el 10 de agosto de 1920