Tomado de Yves Coopens, Tusquets, España, 2009.
Yves Coopens.
Tras participar en numerosas excavaciones paleoantropológicas en medio mundo, algunas de ellas tan importantes como la que en 1974 dio lugar al descubrimiento del fósil más famoso de la historia, el Australopithecus afarensis conocido como Lucy, el célebre investigador y antropólogo YVES COPPENS obtuvo en 1983 la cátedra de Paleoantropología y Prehistoria en el College de France, donde impartió clases hasta 2005.
Lección Inaugural
Hago mía una tradición de cincuenta y cuatro años al presentar de nuevo entre estas paredes, después de una interrupción muy corta, el término de prehistoria, tradición que no se puede calificar de antigua ante la edad de muchas otras cátedras, pero que se encuentra ya ilustrada por dos grandes nombres, Henri Breuil y André Leroi-Gourhan, y por la sombra de un tercero, Pierre Teilhard de Chardin. Aunque la introducción de este último en este homenaje no sea muy ortodoxa, puesto que nunca fue elegido en el College de France, no me parece tampoco anormal; el padre Teilhard fue requerido por varios profesores de la casa; en cartas actualmente publicadas, hizo saber lo mucho que esta elección lo emocionó, le interesó y lo honró. Pero el procedimiento se detuvo, pues su orden no lo autorizó a responder a esta solicitud, lo cual señala a la vez la importancia del hombre y de la Institución.
Breuil, Teilhard de Chardin y Leroi-Gourhan, tres maestros con personalidades muy diferentes, a los que sin embargo une la atracción por las ciencias naturales, la fascinación por el pasado, la pasión por el terreno y el arte de la síntesis. No cabe duda de que sería vano definir en unas líneas sus obras inmensas y complejas.
No obstante, no puedo evitar recordar el extraordinario trabajo de reproducción de pinturas y grabados parietales realizado por el padre Breuil, cuyo trazo a lápiz se ha convertido en legendario; «si estos dibujos son falsos», declaró en mi presencia un día que hablábamos de las figuras de mamuts de la cueva de Rouffignac, «imitan tan bien a los modelos magdalenienses que sólo una persona en el mundo sería capaz de pintarlos, y esta persona soy yo; como yo no soy el autor, puedo asegurarles que estos dibujos son auténticos». Dicen que pasó en total más de dos años en las cuevas de Francia, España, Rodesia y Sudáfrica. Fue el primero que abrió los ojos de los prehistoriadores, pero también los de los pintores, a los que llamaba «esos esplendores inútiles para la vida material y esenciales para el espíritu». Su clasificación del paleolítico superior basada en la estratigrafía y la evolución tipológica de las herramientas es otra pieza clave de su obra, y todo especialista conoce el vigor de los escritos de Breuil que defienden su orden de sucesión. Pero sus intentos de comprensión de la compleja historia de los depósitos, las depresiones, los encajamientos y las solifluxiones de los valles o las costas del norte de Francia, Bélgica y sur de Inglaterra no son menos importantes; conducen a la idea nueva de una cronología larga del paleolítico inferior, claramente confirmada después, jalonada por las herramientas del abevillense, del clactoniense, del achelense y del levalloisense.
El reverendo padre Teilhard de Chardin se muestra más bien como un geólogo y un paleontólogo y, por supuesto, como un filósofo, al Iado de su amigo prehistoriador Henri Breuil. Sus trabajos sobre los mamíferos del paleoceno y el eoceno de Europa, así como del mioceno, el plioceno y el pleistoceno de Extremo Oriente, todavía gozan de prestigio; sus investigaciones de geología sedimentaria en China, en Indonesia, en Etiopía y en Sudáfrica constituyen valiosas observaciones de un infatigable hombre de investigación sobre el terreno. Su actividad en paleoantropología es menos participativa; visita y reflexiona más de lo que excava, pero integra de forma magistral todos los conocimientos de su época en síntesis elegantes que se parecen a predicciones. En 1954 declaró: «En el punto al que hemos llegado en nuestros conocimientos de paleontología general, parece sorprendente que África no haya sido identificada a la primera como la única región del mundo en la que investigar, con ciertas posibilidades de éxito, las primeras huellas de la especie humana». Sabemos con qué esplendor los trabajos de estos veinte últimos años le han dado la razón. Extremadamente seducido por la perspectiva de una enseñanza en el College, Pierre Teilhard pensó mucho en ello, ciertamente, puesto que unos meses antes de lo que habría podido ser el voto de la Asamblea de profesores sobre el título de la cátedra que le estaba destinada, declaró que había llegado a una definición del contenido de sus futuras lecciones: «Todavía no se han dado en ninguna parte clases en que el establecimiento, la estructura y el desarrollo del grupo zoológico humano, considerado como un todo, se presenten técnicamente… Me parece que sería interesante que el College de France llevara a cabo una experiencia en esta dirección todavía nueva, una experiencia que estaría dispuesto a intentar», escribía el 23 de septiembre de 1948 a Paul Fallot, titular de la cátedra de Geología Mediterránea. Si hubiera sido elegido, el padre Teilhard sólo habría podido enseñar tres años, de 1948 a 1951. Pero sus ideas no dejaron de ser expuestas en lo alto de estos estrados por muchos oradores y especialmente por uno de sus amigos, Édouard Le Roy, titular durante cerca de veinte años de la cátedra de Filosofía. El profesor Jean Piveteau, que seguía entonces las discusiones entre Pierre Teilhard y Édouard Le Roy, cuenta que este último declaraba que no sabía demasiado bien qué idea era suya y cuál era de Teilhard, tanto se parecían sus diálogos.