Silvia Jaeger Cordero [1]

Pocos pensadores son tan difíciles de interpretar como Pierre Teilhard de Chardin, el célebre Jesuita francés que abarcó la totalidad de lo aprensible con una sola mirada.

Su vasta e incomparable obra va desde el fondo de lo material hasta el vértice de lo espiritual; nos conduce a través del laberinto de la Evolución, para luego elevarnos a la más alta cima del pensamiento humano.  Allí, en donde la historia y la vida semejan torbellino ascendente, todas las ciencias se convierten en una sola, la materia se torna transparente y el corazón del Hombre contempla extasiado la Tierra Prometida.

Pierre Teilhard de Chardin escapa a toda categoría conocida.  Su pensamiento, que parte de un realismo crítico y que se caracteriza por un idealismo objetivo, rompe las barreras de las especializaciones y marca el principio de una nueva era: la Era de la Síntesis.

Más que filosófica o teológica, su obra es ultrafísica.  Con base a las ciencias naturales, Teilhard elabora una interpretación orgánica, coherente y sintética del Universo, un sistema lógico que satisface las exigencias del Espíritu, una manera de vivir y de comprenderlo todo.

Condensar en un solo escrito la riqueza de la mística, de la dialéctica y de la metafísica teilhardiana, es tarea imposible de realizar.  Nos limitaremos a esbozar a grandes rasgos el núcleo de su fenomenología: la Unión Creadora, tesis fundamental alrededor de la cual giran y se entrelazan el resto de sus teorías y deducciones, formando un Todo armonioso en el cual se perfila el Rostro del Absoluto.

Penetremos, pues, en la increíble dimensión de Teilhard de Chardin y descubriremos que, a nivel de lo cósmico, lo fantástico se vuelve real.

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Todo cuanto existe se transforma constantemente, evoluciona.  El Universo entero, nos dice Teilhard, se halla sujeto a un devenir.  La vida tiene un sentido.  Nacemos, crecemos y morimos en el seno de una corriente cósmica que nos arrastra irreversiblemente hacia el Espíritu, hacia estados de más conciencia y más libertad.

La Evolución es la expresión visible en el espacio-tiempo de una síntesis creadora, eterna y continua.  Crear no es sacar algo de la nada.  Crear es organizar, sintetizar, hacer brotar de elementos simples algo nuevo y más complejo.  La Evolución no es creadora; es la Creación la que es evolutiva.  La Creación se realiza al unir.  La unión verdadera no se obtiene más que al crear.

Para comprender la hipótesis de la Unión Creadora, es necesario que imaginemos al Todo como un conjunto orgánico de estructura esférica.

En el centro, un Núcleo de energía muy especial (energía radial, psíquica, Espíritu)… una dimensión trascendente de Ser, personal y conciente, cuya razón de existir consiste en crear, unir, atraer hacia sí lo que esta disperso.  Este Centro Absoluto de Unidad y Perfección es el Dios de Teilhard de Chardin, el Punto Omega, que no sólo es causa de la realidad, sino sentido de esa realidad.

En las antípodas de este Centro, su campo de fuerza (su radiación, su reflejo) se hace más y más difuso, hasta que se “pulveriza” y forma alrededor del Núcleo un círculo de energía diferente (energía física, tangencial, material).  Por hallarse fuera de la Unidad del Ser, en el extremo opuesto, Teilhard le da el nombre de lo Múltiple, la Pluralidad, el No-Ser.  Sin embargo, entre Espíritu y Materia, entre lo Uno y lo Múltiple, entre el Centro y su Circunferencia, no hay antinomía alguna.  Espíritu y Materia son dos facetas distintas, dos sentidos de la misma Realidad.  Todo esta hecho de Espíritu-Materia: este es el tejido bifaz del Universo.  El Espíritu da cohesión, consistencia y movimiento a la Materia; es energía radial, centro, interior de las cosas, esencia , conciencia.  La Materia proporciona el cuerpo, la forma, la envoltura, la cápsula; es energía tangencial, circunferencia, exterior de las cosas, complejidad.  En sí mismo, lo Múltiple es incapaz de agruparse, de progresar en el Ser; su propiedad es la de la dispersión, el no-movimiento, la no-acción.  La Materia es principio de desagregación, el Espíritu, principio de unión, de acción.  No hay unión sin Espíritu, ni Espíritu sin unión.

La nada, entendida como ausencia total de energía, no existe.  Desde siempre ha existido esta energía material que no se crea, ni se destruye, pero que sí es transformable, unificable.

Para atraer hacia Él lo disperso y poder unificarlo, redimirlo, Omega encarnó su potencia creadora en lo Múltiple, en un acto de Creación-Encarnación-Redención.  La materia primitiva sufrió cambios.  De un caos inicial de radiación térmica indiferenciada surgieron los primeros corpúsculos elementales: electrones, protones, neutrones, que formaron átomos.  Se liberaron enormes cantidades de hidrógeno, cuyos átomos de unieron para formar helio y todos los demás elementos que hoy conocemos.  La evolución giró en un torbellino de estrellas y galaxias.

Este habría sido el origen del Universo, de la Cosmogénesis, hace aproximadamente 10 ó 12 billones de años.  Este es el principio de la Unión Creadora y del Tiempo, entendido no sólo como duración, sino como tendencia, como realidad orgánica y convergente.  Desde nuestro punto de vista y a partir de nuestra realidad existencial, este movimiento de centración y convergencia es considerado en un plano ascendente, adopta una forma cónica cuyo vértice es Omega.

Para Teilhard de Chardin, la síntesis evolutiva tiene un pulso, un ritmo de desarrollo dialéctico.  La primera fase es de divergencia (surgimiento y expansión de una multiplicidad de elementos), la segunda, de convergencia (selección y unificación de los elementos), y la tercera, de emergencia (el salto cualitativo, la aparición de lo totalmente nuevo cuando se llega a un punto crítico de desarrollo).  Este ritmo, que se repite continuamente, es observable a cualquier nivel del plano existencial; cósmico, biológico, psíquico, social, familiar o personal.

Así como las primeras partículas de energía física se agruparon para formar átomos, y éstos a su vez constituyeron los elementos químicos, así también de la síntesis de las moléculas físico-químicas surgió la célula viva, después de dos mil millones de años de preparación y maturación… de lo atómico y lo molecular, nació lo vegetativo y lo sensitivo, dando comienzo a la etapa de la Biogénesis.  La Evolución se desbordó como torrente de vida que cubrió la superficie de la Tierra con una rica variedad de formas vegetales y animales.  Es éstas últimas, la materia se hizo mas compleja; ante todo, se perfeccionó el sistema nervioso, que culminó en la cerebración de los animales superiores.

Paralelo a esta complejificación física, existía en la Biosfera un crecimiento interno, radial, un aumento de iniciativa, espontaneidad, de mayor “conciencia”, entendida ésta como inteligencia, capacidad de invención e iniciativa y de improvisación.  La corriente evolutiva pareció concentrarse en un solo órgano: el cerebro.  En el grupo de los mamíferos, específicamente en la rama de los primates, éste se hizo cada vez más complejo, y como resultado de una serie de factores favorables (marcha bípeda, uso de la mano, mayor capacidad craneana, etc.), pudo formarse, en el cerebro de ciertos primates antropomorfos, una neo-corteza de neuronas.

La Materia llegó así a su límite de perfección y de complejidad.  Cuantitativamente ya no podía seguir avanzando; el salto cualitativo era necesario.  Entonces, los corpúsculos de energía radial en estas formas de vida, ya no sólo se concentraron, sino que se centraron, formaron un núcleo cerrado, inmortal.  Emergió la conciencia: la capacidad del pensamiento reflexivo y razonador.  Por primera vez en el mundo, apareció una sustancia espiritual, un “yo-personal-conciente” en cada individuo, que marcó el comienzo de la Antropogénesis, a nivel tangencial, y de la Noosfera en la dimensión radial.

La evolución se contempló a si misma en la alma humana.  El primate se volvió Hombre, y el Hombre, a imagen y semejanza de Dios, se convirtió en creador, en centro de su propio Universo personal.  La potencia unificadora, que en la Cosmósfera se había exteriorizado como fuerza electromagnética y en la Biosfera como instinto sexual, se manifestó radialmente en la Nooesfera bajo su forma mas sublime: como Amor, la única energía capaz de unir a los seres humanos por sus centros, y de darles plenitud, de personalizarlos al unirlos.  A partir de ese momento, la atracción de Omega se hizo mas directa e intensa.  El proceso de convergencia, de ascenso hacía el Espíritu, se aceleró.

A los dos infinitos de Pascal (el abismo de lo infinitamente grande y el de lo infinitamente pequeño) Teilhard añade un tercer infinito: el de lo infinitamente complejo… complejidad que se caracteriza por una mayor y mejor organización de sus elementos.  No una suma, sino una síntesis.

O sea, que la energía no solo está sujeta a las leyes de conservación y de entropía.  Basándose en su ultrafísica, Teilhard descubre que también puede organizarse.

Esta es una de las tesis de mayor importancia en el pensamiento teilhardiano: la Ley de la Recurrencia, de la Complejidad-Conciencia; parámetro del enrollamiento del tejido cósmico (Espíritu-Materia) sobre si mismo, doble movimiento conjugado de enroscamiento físico y de interiorización psíquica que hace posible la transformación de la energía.

La Unión Creadora tenía que continuar.  Físicamente, tangencialmente, le era imposible crear una forma de vida más compleja que el ser humano.  El único sendero libre era el del Espíritu; la única energía por unificar, la radial.  Aún quedaba por realizar el perfeccionamiento del “yo-personal-conciente” individual, la organización social y el desarrollo colectivo de la especie, la construcción de un nuevo organismo (esta vez cósmico) cuyos elementos serían las almas, los centros humanos.

La centración prosiguió independiente de la síntesis físico-química sostenida hacia delante por Omega.  La evolución marchó hacia su destino final.  Con el nacimiento histórico de Cristo-Jesús, se abrió en el espacio-tiempo el acceso a una dimensión trascendente; la Teósfera, umbral de Omega, uno de los puntos clave y más difíciles de comprender del pensamiento teilhardiano.

Para Pierre Teilhard de Chardin, Omega es, ante todo, Dios del Futuro.  Está presente en todo cuanto existe, pero nosotros no podemos llegar a Él mas que si dejamos de ser multiplicidad y nos transformamos en unidad espiritual humana.  “A Él lo buscamos y en Él nos movemos, pero, para alcanzarle, es preciso prolongar todas las cosas hasta el límite de su naturaleza y de su desarrollo”… es necesario construir la Tierra, perfeccionar nuestra condición humana, superar nuestra realidad existencial e histórica.

Omega es a la vez uno y complejo: está compuesto por tres centros encastrados.  Su espíritu creador, encarnado en la materia desde el principio de los tiempos, emergerá plenamente en la Tierra a través del esfuerzo y del progreso humano.  Este es el Reino de Dios, el vértice humano-cósmico, el Omega natural-inmanente que deviene (Omega I), el Alma del Mundo que, similar a una masa viviente, servirá de Cuerpo Místico al Cristo Universal en el Pleroma:  el Omega inmanente-sobrenatural, (Omega II), cuando la Materia se espiritualice, resucite, y forme el complejo orgánico Cristo-Mundo.  (Como en todo proceso cósmico, también en la Noosfera habrá segregación y desecho; la materia humana que no se haya espiritualizado, rechazará la atracción de Omega, no podrá formar parte del Pleroma).  Omega III es el Absoluto, el Núcleo trascendente, divino y trinitario, Centro de todos los centros en quien todo lo que asciende converge y se consuma, en cuyo seno se llevará a cabo la síntesis parusíaca de lo creado con el Creador.  La Evolución habrá concluido.

Tal es la magnífica Cosmovisión de Pierre Teilhard de Chardin, que como un rayo luminoso surca el horizonte del nuevo milenio, tendiendo un puente entre Ciencia y Religión.

Sus teorías están impregnadas de coherencia, dinamismo y autenticidad.  Nada hay de absurdo, ni de utópico en creer que el clímax de la Evolución sea una síntesis final de Espíritu y Materia… síntesis gloriosa de Dios, Hombre y Mundo que se llevó a cabo en la persona de Jesús de Nazareth, que ha podido realizarse en el corazón y en la mente de un jesuita de nuestro tiempo.  Lo que es posible a nivel individual, también lo es a nivel cósmico.

La vida de Pierre Teilhard de Chardin fue, al igual que su visión evolutiva, una inmensa marea de amor… una búsqueda de la Verdad que concluyó en un domingo de Pascua de 1955, cuando el Padre se unió para siempre al Cristo-Omega de la Resurrección.  En las cercanías de Nueva York, su cuerpo descansa entre los brazos gigantes de la Materia que tanto amó, pero su espíritu continúa disipando las tinieblas a través de sus escritos.

En ellos, las esperanzas que agonizan se empapan de vida, la fe que se resquebraja encuentra consistencia, y el Hombre moderno, una razón para luchar por la transformación y la conservación ecológica de su mundo.

Su obra no pretende ser dogma infalible, ni contener la verdad absoluta.  Es, ante todo, la base sobre la cual podrá erigirse una Ciencia Universal que englobe todas las ramas del conocimiento, unidas por un postulado básico: el evolucionismo.

En su pensamiento, el fenómeno cristiano ha encontrado una prolongación natural de su esencia, un nuevo camino que le permitirá crecer y progresar.

Como un faro en la bruma, Pierre Teilhard de Chardin seguirá iluminando la ruta hacia Omega, y, quizás un día, de sus cenizas surja la Mística del Mañana, la Religión de la Humanidad y de la Tierra, que revelará al Hombre el sentido cósmico de su existencia.

 

PIERRE TEILHARD DE CHARDIN

EL MÁS GRANDE SABIO CATÓLICO DEL SIGLO

Teilhard: Una marea que crece

En menos de diez años la obra de Teilhard de Chardin, luego de extenderse por toda Francia; se derramó por Europa, atravesó el Atlántico y la cortina de hierro.  ¿Por qué una popularidad tan repentina?.  A la vez sabio y jesuita, el padre Teilhard fue no sólo un geólogo y paleontólogo de fama internacional, sino un pensador que edificó, a partir de sus conocimientos científicos, una síntesis revolucionaria sobre el lugar y el porvenir del hombre en el Universo.  ¿Cuál es en el mundo de hoy el grado de penetración real de este pensamiento? ¿Qué aceptación tiene entre los sabios, los filósofos, los pensadores, los políticos y los teólogos de la Iglesia?  Aquí presentamos un balance de los alcances de esta obra singular que concierne a todo hombre culto de hoy, y de la cual nada se había publicado antes de la muerte de su autor.

Un Domingo de Pascua de 1955 fallecía en Nueva York un viejo sabio jesuita cuyo nombre era totalmente desconocido para el gran público.  Había trabajado mucho, pensado mucho, escrito mucho, pero ni una sola de sus obras había sido publicada mientras vivía.  Porque lo que él quería revelar al mundo sobre los orígenes del hombre y su lugar en el Universo les pareció a sus superiores jerárquicos tan subversivo, tan peligroso, que su impresión le fue siempre negada.  Finalmente decidió seguir los consejos del redactor jefe de Estudios, el P. Jouve.  En principio, las obras publicadas por un jesuita pertenecen a su orden, que las hereda después de su muerte.  Pero en este caso sólo había manuscritos, no libros, ya que nada había sido publicado.  El viejo sabio confió entonces su obra a su secretaria, Jeanne Mortier, que se convirtió en heredera. Ocho meses después de su muerte apareció su obra maestra, El fenómeno humano.  Fue como si se abrieran las compuertas a un maremoto.  El nombre de Teilhard de Chardin se extendió por toda Francia, por toda la Europa occidental, atravesó la cortina de hierro y franqueó el Atlántico.  En menos de quince años este nombre se volvió tan célebre como el de Marx, Einstein o Freud.

¿Por qué?  ¿Qué debemos pensar del fenómeno Teilhard?  ¿Es un suceso de importancia duradera, o una pasajera moda intelectual?  Hoy podemos ya intentar la búsqueda de una respuesta, haciendo un primer balance del fenómeno.

Luego de la aparición de El fenómeno humano, otras ocho obras de Teilhard de Chardin fueron editadas, más tres volúmenes de cartas, y textos diversos agrupados en Los cuadernos de Teilhard de Chardin.  El número de libros vendidos pasó del millón.  Como el fenómeno Teilhard se manifestó primero en Francia, son evidentemente las obras en francés las que alcanzaron los más altos tirajes.  Se han publicado igualmente en Holanda, Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, España, el Japón, Italia, Portugal, Polonia.  Hay además innumerables libros escritos sobre Teilhard, y cientos de artículos en revistas.  Fue esencialmente por las revistas que Teilhard fue lanzado en Polonia, Hungría y los Estados Unidos.  Se puede entonces decir que el fenómeno Teilhard fue un fenómeno de alcance internacional.

¿Cuál es el público al cuál ha querido llegar Teilhard?  La gran característica de su pensamiento es que no se dirige más a un público que a otro, sino prácticamente a todo el mundo (lo que no quiere decir que a todo el mundo le guste).  En efecto, este pensamiento es una inmensa síntesis que engloba todas las ramas del conocimiento y las une por un postulado básico: el evolucionismo.  Teilhard de Chardin era un eminente geólogo y paleontólogo, al cual sus trabajos sobre los fósiles animales y humanos le habían dado la convicción de que la única explicación posible de la aparición del hombre sobre la Tierra era la transformación: el hombre ha surgido de un primate superior que sufrió una mutación decisiva: “el paso de la reflexión”.  Pero Teilhard extiende su postulado de evolucionismo a todo ser viviente sobre la Tierra, y también a lo inanimado; y por encima de la Tierra, a todo el universo.  El cosmos entero es objeto de una evolución continua y ascendente cuyo punto de llegada es Dios.  El papel del hombre es activar este proceso evolutivo por su acción sobre la materia, sobre los otros hombres y sobre él mismo.  Por este hecho, no son sólo el geólogo y el paleontólogo los que pueden sentir que les concierne el pensamiento de Teilhard, sino también el físico, el químico, el biólogo, el sociólogo, el tecnócrata, el filósofo, el teólogo… y finalmente todo hombre culto que se preocupe por el porvenir del mundo y por el lugar del hombre en ese mundo.  El pensamiento de Teilhard, para seducir al hombre de nuestro tiempo, dispone de muchos encantos:

Es un pensamiento optimista que toma la contrapartida exacta de las filosofías del absurdo.  El hombre no está solo, en una terrorífica libertad, en medio de un universo sin significación para él.  El hombre y el universo están indisolublemente ligados uno a otro en el seno de un mismo proceso evolutivo y avanzan juntos hacia un porvenir más y más brillante.  Además el hombre no es una humilde comparsa de la evolución, sino que representa el eje central.  Ahora bien después del Renacimiento hasta nuestros días, todo descubrimiento científico parecía disminuir la importancia cósmica del hombre.  Desde Copérnico, la Tierra no era más que el centro del mundo, y desde Darwin, el hombre no era más, en el árbol de la vida, que un minúsculo tallo de la rama de los vertebrados.  Con Teilhard de Chardin el hombre reencuentra su lugar tradicional, es decir el primer lugar… cerca de Dios.

Pero el mismo Dios, desde hace trescientos años, pareció perder, Él también, toda su importancia cósmica.  En las teorías mecanicistas del siglo XVII su papel se limitaba a poner en marcha el enorme reloj del universo.  Luego vino la época en la cual, según las palabras de Laplace, “la hipótesis de Dios no era ya necesaria”.  A su vez Augusto Comte y Carlos Marx podían hacer de Dios un epifenómeno ligado a cierta fase de la historia humana y destinado a desaparecer con ella.  Pero la obra de Teilhard cuestiona totalmente esta “muerte” de Dios.  Demuestra que para ser coherente a partir de los datos científicos actuales, la evolución debe culminar en Dios.  Aquí, el rasgo de genio de Teilhard es obligarnos a buscar a Dios al final del proceso evolutivo más que en el punto de partida; es presentarnos primero el Dios fin y no el Dios causa.  Omega antes de Alfa.  El pensamiento teilhardiano no es mecanicista, pero sí energético, no causalista, sino finalista.  Y es gracias a esta vuelta completa del punto de vista, que Teilhard –por vez primera después de Santo Tomás de Aquino- ha podido reconciliar en su visión del mundo los datos de la ciencia y los de su fe.

Lo que da toda su fuerza y toda su cohesión al sistema de Teilhard es el descubrimiento de lo que él llama el “tercer infinito”: al lado de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño, está lo infinitamente complejo.  Más la materia se eleva hacia los niveles superiores, pasando del mundo mineral al mundo vegetal, del mundo vegetal al mundo animal; más los corpúsculos que entran en la composición de esa materia tienden a reagruparse y a formar cuerpos más y más complejos.  Una molécula es más compleja que un átomo, una célula más compleja que una molécula.  Esta complejidad no es sólo un fenómeno de orden puramente cuantitativo, sino también cualitativo.  En efecto, un cuerpo es complejo cuando está compuesto de corpúsculos diferenciados que están en estrecha relación los unos con los otros y obran unos sobre los otros, pero donde cada uno tiene un rol específico que lo diferencia de los otros y lo hace al mismo tiempo indispensable para el todo.  Por el hecho de su complejidad, un cuerpo dotado de vida es superior a un cuerpo inanimado, ya que un ordenamiento de células es más complejo que un ordenamiento de moléculas.  Y en el mundo animado es el hombre quien tiene el máximo de complejidad.  La ciencia no nos ha revelado ningún organismo más complejo que el cerebro humano que se compone, según los neurólogos, de una red de catorce mil millones de células.  Entonces, según Teilhard, la ley que rige toda la evolución es la de complejidad creciente.  De este hecho obtenemos que la Tierra está situada en un nivel superior al del Sol, y el hombre, sobre esta Tierra, se encuentra en posición suprema.

COMO APARECE LA REFLEXLIÓN.

Pero la gran característica del hombre es su capacidad de reflexión.  ¿Cómo pudo este pensamiento reflexivo surgir fuera de la vida pre-humana?  Teilhard estima que la conciencia estaba latente en la vida animal y que un cierto grado de complejidad pudieron haber tenido los primates superiores del período terciario, para permitir, gracias a un cambio decisivo, la aparición del pensamiento.  Es una mutación del mismo género de la que ya había hecho posible antes pasar de lo inanimado a lo animado por una mutación de mega-moléculas como las proteínas y los virus.

La vida estaba latente en lo inanimado y la conciencia en lo inconsciente.  El fin de la evolución parece haber sido el permitir la aparición de la vida, luego la de la conciencia.  A partir del hombre la evolución se concentra esencialmente sobre lo síquico y no sobre el físico.  Mientras que la parte física del mundo se disipa progresivamente por desperdicio de energía, su parte síquica no cesa de crecer.  En el límite de esta fermentación creciente de lo síquico debe estar una tercera mutación que permitirá, según Teilhard, la absorción del mundo en Dios.

Pero ¿cuál es el recibimiento que han dispensado los pensadores a esta visión fabulosa?  Según las reglas de Teilhard, que van de la materia al espíritu, entre los hombres cuya acción o cuyo pensamiento forman nuestro mundo, lo que piensan los sabios, los tecnócratas, los jefes de empresas, los pensadores políticos, los filósofos y por fin los teólogos.

En el plano científico, Teilhard se beneficia ya con un juicio favorable, pues en el dominio de la paleontología, había adquirido un prestigio internacional.  Grandes geólogos y paleontólogos como Jean Piveteau (Francia), George Barbour (Estados Unidos), Helmut de Terra (Alemania), Crusafont-Pairo (España), estiman, como Teilhard, que el hombre ocupa el lugar central en el árbol de la vida.  Y es por esto, que ellos lo aprueban por haber puesto el acento sobre la importancia de lo síquico en el proceso evolutivo, a partir de la aparición del hombre.  En el plano zoológico, en efecto, el hombre se caracteriza por una débil diferenciación morfológica y conserva rasgos propios a los más antiguos mamíferos conocidos.  El diseño de los dientes, por ejemplo, “evoca una edad del mundo en la cual no vivían ninguno de los carnívoros ni ungulados que pueblan hoy los continentes” (Jean Piveteau). Es que en el hombre la evolución ha trabajado directamente sobre el cerebro, desechando el resto.  Esta relativa indiferenciación de los cuerpos ha favorecido la entrada del hombre en la “Fas instrumental”.  Mientras que en nivel infrahumano, es el mismo cuerpo el que se especializa para volverse un instrumento (el ala de los pájaros, el miembro anterior de los topos), el hombre ha inventado el instrumento artificial.  Por esto se vuelve “capaz de progresar sin cambiar su forma, de variar hasta el infinito su acción sin modificar su tipo de organización” (Piveteau).  Y evitando la trampa de la especialización, el hombre puede adaptarse y progresar indefinidamente.

UNA CONCEPCIÓN FINALISTA DE LA EVOLUCIÓN.

Fuera de la paleontología los científicos están más divididos.  El método de Teilhard tiene de nuevo en relación a los métodos científicos tradicionales, que no se limita a una explicación por lo bajo, sino que le adjunta, y prefiere, una explicación por lo alto.  Es porque él observa la conciencia en el hombre, que Teilhard la atribuye, al menos de manera latente, a los estados inferiores de la vida animada.  A Teilhard le gustaba decir: “Un río se explica tanto por su desembocadura como por su fuente”.  Y recordaba como, a partir del descubrimiento de un cuerpo extremadamente radiactivo como el radium, se había llegado a descubrir una cierta radiactividad más o menos elevada en todos los otros cuerpos.

Sin embargo, este método no ha obtenido sufragios mayoritarios, algunos lo estiman poco seguro.  Además va unido a una concepción finalista de la evolución que inquieta a los sabios que se adhieren al método tradicional y para quienes el finalismo, es una usurpación de la filosofía al dominio científico.  Pero algunos jóvenes físicos de hoy se separan, en seguimiento de Einstein, de lo que Jean Charon llama “la religión de lo observable”, y admiten tanto el finalismo como la intrusión de la filosofía en el campo científico.  Uno de ellos, Olivier Costa ha declarado: “La intuición general de Teilhard me parece justa, y corrobora mis propias búsquedas.  Pienso, como Teilhard, que una corriente de finalidad atraviesa la naturaleza.  Confieso siempre, que el método de Teilhard no me parece suficientemente riguroso, sobre todo en el plano filosófico”.

El otro gran tema de discusión es la concepción de Teilhard sobre la energía.  En efecto, él distingue una energía mecánica o “tangencial” y una energía psíquica o “radial”.  La primera produce un elemento dado solidario con todos los otros elementos de su misma complejidad; la segunda incita a este elemento a llegar a un estado de complejidad creciente.  Las dos energías coexisten en todos los escalones de la vida, pero la energía radial sólo predomina en el hombre.  Esta diferencia entre energía tangencial y energía radial no convence a todos los científicos.  Además Teilhard da una doble explicación a la evolución de las especies.  En el nivel pre-humano, es la selección de tipo darwiniano, por competición externa la que provoca la evolución de las especies.  Pero a partir del hombre, es un empuje interno, tal como lo había presentido Lamarck, el motor esencial de la evolución.  En este punto los sabios pueden adoptar posiciones radicalmente opuestas.  “Teilhard –declaró Jean Rostand- fue un gran paleontólogo y un gran escritor.  Pero en el plano de la biología no me aporta nada.  Ha elaborado una seudo síntesis –diría casi una ensalada- de darwinismo, lamarquismo y bergsonismo.  Allí no veo nada concreto que pueda explicarme cómo se pasa del escalón inferior al superior”.  Pero otros biólogos son completamente adictos a Teilhard, sobre todo Alberto Vandel y Julián Huxley.  Este último ha escrito el prefacio de “El fenómeno humano” para la edición inglesa y estima que la “especulación” de Teilhard sobre la energía tangencial y radial se apoya “en un desplegamiento masivo de hechos y está disciplinada por la lógica”.  Huxley comparte igualmente los puntos de vista finalistas de Teilhard, aprueba su teoría de las mutaciones bruscas que sobrevienen cuando un elemento, en el curso de su evolución, llega a un punto crítico, y estima también que la evolución tiene por fin la eclosión y el triunfo del pensamiento reflexivo sobre la tierra.

LA IMPORTANCIA PLANETARIA DEL HOMBRE.

Según Teilhard, la tierra, desde la proliferación del hombre, se recubre de una red de pensamiento con la malla cada vez más cerrada, la “noosfera”, lo mismo que antes la proliferación de la vida había formado una “biosfera” sobre la corteza de la Tierra.  Pero hay una diferencia capital entre El fenómeno humano y las manifestaciones anteriores de la vida.  El hombre, en su primera fase estaba extendido en toda la superficie de la tierra con una vitalidad que no conoció antes de él, ninguna otra especie animal.  Pero esta dispersión del hombre sobre la tierra no ha llevado –a pesar de la diversidad de razas- a una ruptura decisiva entre las diversas ramas humanas, como en el caso de los reptiles, las aves o los mamíferos.  Por encima de las divergencias, y englobándolas a todas, se establece una convergencia que mezcla más y más intrincablemente las ramas entre ellas mismas.

La insistencia de Teilhard sobre la “planetización” del hombre, “coalescencia” de las ramas humanas es una de las razones –pero no la única- del éxito que su pensamiento puede tener en los conductores de hombres –tecnócratas, ejecutivos, hombres políticos- que están comprometidos en la edificación del mundo del mañana.  “Todo hombre que hoy dirige una gran empresa se siente “planetario”, dice Luis Armand.  La empresa, que es la célula del mundo moderno, impone las mismas obligaciones en países como Rusia o Estados Unidos.  Las técnicas, las mentalidades, las costumbres ignoran más y más las barreras geográficas y culturales.  Hoy una fábrica de cemento es concebida de la misma manera en Grecia o en Alemania; un obrero tornero trabaja de la misma manera en Moscú o en Río de Janeiro.  Porque las ideas de Teilhard reúnen la experiencia del conductor de empresas, y permiten a éste de alzar sus ideas elementales sobre la evolución del mundo al nivel de una filosofía de la acción”.  Y es un hecho que los que “filosofan la acción de los hombres en el seno de la empresa” están a menudo impregnados del pensamiento de Teilhard.  Tal fue el caso de Gastón Berger, fundador de la prospectiva, y hoy uno de los grandes responsables de la industria y la economía.

TEILHARD FASCINA A LOS MARXISTAS

Teilhard entusiasma también a los políticos con preocupaciones humanitarias.  El pensamiento de Teilhard seduce a los que están ansiosos de “pasar el marxismo”.

Y aunque la obra de Teilhard pueda ser utilizada para pasar al marxismo, ejerce una verdadera fascinación sobre el mundo comunista.  Filósofos marxistas como L. Kahane, presidente de la Unión Racionalista, y Roger Garaudy, han sido de los primeros en subrayar, en términos elogiosos, la importancia del pensamiento de Teilhard.  Teilhard, como Marx, edifica su pensamiento sobre los datos científicos de su tiempo.  Teilhard, como Marx, propone una visión histórica del hombre basada en el evolucionismo.  Teilhard se reúne con Engels, que escribía en su Dialéctica de la naturaleza: “El movimiento, en su sentido mas general, concebido como modo de existencia de la materia… abraza todos los cambios y todos los procesos que se producen en el universo” (citado por Garaudy en Perspectivas del hombre).  “Para Teilhard, como para Marx –observa Garaudy-, el hombre es la evolución vuelta conciencia de sí misma”.  Pero el fin último de esta evolución no es el mismo para Teilhard que para Marx, y de este hecho surge entre ambos pensamientos una fosa inmensa… la misma que separa al ateo del creyente.  Pero el pensamiento de Teilhard se presenta como una apertura hacia un diálogo no sólo entre el ateo y el creyente, sino tal vez también, a largo plazo, entre el comunista y el cristiano.  El vuelve a dar al cristiano el sentido de la tierra y parece que también reactiva secretamente, en ciertos pensadores marxistas, una fibra espiritual alojada en el inconsciente.

LA SORBONA CARTESIANA DESCONFIA.

Sin embargo, el pensamiento de Teilhard choca contra fuertes resistencias.  Entre los existencialistas ateos, Sartre ignora deliberadamente a Teilhard.  Para Sartre, en efecto, el cosmos no quiere decir nada, la naturaleza no tiene significación para el hombre.  Sartre, que admite a Marx pero rechaza la Dialéctica de la naturaleza de Engels, rechaza en consecuencia la evolución cósmica de Teilhard.  Por el contrario, Merleau hombre en el cosmos, declaró en el fin de su vida que la obra de Teilhard era una enorme aportación en este tema.  Teilhard, por su lado, reprochaba vivamente a los “fenomenologistas” como Husserl y Merleau-Ponty de escribir “libros enteros sin siquiera mencionar, sin nombrar la cosmogénesis y la evolución”.

En la Sorbona, el pensamiento de Teilhard hizo su entrada oficial el año 1963, con una tesis: “Bergson y Teilhard de Chardin”.  Pero la Sorbona sigue reticente.  Primero porque desconfía de las grandes síntesis que quieren englobarlo todo, reconciliarlo todo.  Los filósofos antiguos y los medievales habían intentado edificar grandes síntesis que luego se revelaron falsas.  Es por esto que Descartes separó la búsqueda filosófica de la fe, y Kant separó la metafísica de la razón especulativa.  La Sorbona, que sigue siendo cartesiana y kantiana, reprocha a Teilhard el ubicarse de golpe en el universo sin partir del sujeto pensante.  Su gestión es considerada como “pre-kantiana”.

CATÓLICO.

Por fin vienen los teólogos, cuyas reacciones son más contrastadas e igualmente apasionadas.  El pensamiento de Teilhard tuvo el efecto de una bomba en el mundo católico.  Para unos, un efecto liberador, para otros, destructor.  Por el hecho mismo de que se apoya en el transformismo, este pensamiento pone, en efecto, en cuestión toda la teología escolástica que reposa sobre una visión estática de las cosas.  La interpretación clásica del Génesis está en oposición a la versión de Teilhard.  Por esto las llamadas de atención del Santo Oficio en 1957 y de su Monitum en 1963.  Pero este pensamiento es una marea a la que no se le puede poner dique.

Los admiradores católicos de Teilhard le agradecen haber buscado la reconciliación entre la Iglesia y el hombre moderno.  Estiman, como él, que la Iglesia se alejó con exceso de las preocupaciones del mundo y pareció así deshumanizarse.  “Cristiano y humano tienden a no coincidir más”, decía amargamente Teilhard.  Su pensamiento rehabilita en el seno del cristianismo el esfuerzo humano, el trabajo humano, la vida terrenal.  Teilhard, además, es profundamente cristiano por su exaltación del amor en las relaciones humanas.  En efecto, para Teilhard, el amor es la forma más alta de la energía psíquica, la única que permite agrupar a los hombres en asociaciones más y más cerradas sin por esto despersonalizarlos.

Por fin, Teilhard ve en Cristo al “Consumador” de la evolución.  Cristo no es más que el punto Omega en el cual culmina la aventura del mundo y del hombre.  Por su encarnación Dios se sumerge parcialmente en las cosas y “gracias a este punto de apoyo en el corazón de la materia, toma la conducción de la evolución.  Cuando lo haya unido todo se cerrará sobre sí mismo y su conquista”.  Sin embargo, a menudo se ha hecho una objeción más seria al pensamiento de Teilhard: no concede al problema del Mal la importancia que debiera tener.  El Mal en la obra de Teilhard aparece un poco como un simple fenómeno de entropía, como una imposibilidad de adaptarse a la evolución.  ¿No es más que eso el Mal?  El mismo Teilhard se ha hecho esta pregunta, pero sin dar una respuesta que resuelva el problema.  En el fondo, él no puede concebir que el Mal pueda poner en cuestión la evolución ascendente de la Humanidad hacia Dios, lo que excluye la posibilidad de una catástrofe cósmica provocada por la locura de los hombres.  Por esto, Teilhard es acusado de minimizar la importancia del pecado, y en consecuencia la importancia de la gracia.  En consecuencia, el rol redentor de Jesús parece perder una parte de su significación.  Esta objeción es particularmente intensa en ciertos medios protestantes.  “Teilhard escamotea el hecho de que este mundo no pueda entrar en el Reino de Dios más que por un acto Todopoderoso de Dios, y no gracias a un virtuosismo que le sería propio”, declaró el pastor Juan Bosc.  “Cristo, según Teilhard, aparece como el Señor del mundo, pero no lo suficiente como el Salvador que viene a arrancarnos de este callejón sin salida y de la muerte”.  Pero, cualquiera que sea, el pensamiento protestante se siente tocado por Teilhard.

Vemos entonces que el pensamiento de Teilhard puede suscitar vivas objeciones en los diversos sectores del conocimiento, pero por otra parte esas objeciones no frenan en nada la acción que ese pensamiento ejerce sobre el mundo contemporáneo.  En la misma Roma la causa de Teilhard está virtualmente ganada.  El Santo Oficio había prohibido la venta de sus obras en las librerías católicas durante la segunda sesión del Concilio.  Pero esta medida fue levantada.  En todas partes se han creado grupos de estudio, católicos o no, que se consagran al análisis del pensamiento de Teilhard de Chardin.  Ha franqueado la cortina de hierro y llegado hasta la India, donde ciertos filósofos hacen paralelos entre el mensaje de Teilhard y el de Sri Aurobindo.  Se vuelve, según la palabra de Teilhard, un fenómeno “planetario”.  Y por todo esto vendrá muy pronto la hora en que todo pensador, todo investigador, todo hombre de acción que quiera dejar su señal en el mundo deberá necesariamente situarse en relación a Teilhard de Chardin.

 

LA GRAN AVENTURA DE LA EVOLUCION DE LA VIDA

¿QUÉ SOMOS?

         En la primera gráfica vemos a grandes rasgos la ley que es esencial para comprender la Cosmovisión del Padre Teilhard de Chardin: LA LEY DE LA COMPLEJIDAD-CONCIENCIA.

         Todo cuanto existe, hasta la más diminuta partícula de Materia, tiene un “ADENTRO” y  un “AFUERA”… un interior y un exterior… ENERGIA RADIAL Y ENERGIA TANGENCIAL.

         El interior está constituido por ESPIRITU, El exterior, por  MATERIA. Ambos forman un TODO indivisible: ESPIRITU-MATERIA. De eso está hecho el Universo.

         Las unidades de Materia que solamente contienen algunos miles de átomos, parecen inanimadas, pero cobran vida y movimiento cuando el número atómico o molecular crece.

         Mientras más complejos sean los organismos, mas aumenta su psiquis su conciencia, mas crece su centro.

         El día que el cerebro humano alcanzó la complejidad necesaria, el Hombre dio el salto cualitativo hacia el pensamiento reflexivo: se dio cuenta de que existía… supo que había, que amaba, que sufría.

Esto lo hizo ser completamente diferente al resto de las especies animales, lo convirtió en eje y flecha de la CREEACION EVOLUTIVA.

¿DE DONDE VENIMOS?

         En esta segunda gráfica, el Padre Teilhard de Chardin nos muestra el sentido del Tiempo, y el ascenso de la Conciencia en el Planeta Tierra, representada por el color rojo. Este es el “INTERIOR” de las cosas.

ALFA es el principio de toda Evolución.

OMEGA es su término: DIOS, fin y consumación del Universo.

ALFA Y OMEGA representan los dos polos de la CREACION EVOLUTIVA, las dos fuerzas indisociables del Universo, que crean y ponen en movimiento todo cuanto existe.

¿HACIA DONDE VAMOS?

         En lo alto, hacia el PUNTO OMEGA, el Mundo se concentrará sobre si mismo, las distancias desaparecerán, y los seres humanos, gracias a las telecomunicaciones, crecerán una especie de cerebro planetario, una corriente de pensamiento colectivo.

         La humanidad se socializara irresistiblemente. La especie humana se planetizarà y todo convergerá hacia OMEGA, hacia un centro único: DIOS… el Centro de los centros.

Ver gráfica 3

Cosmovision1

Cosmovision2

Cosmovision3


Nota

[1] Mtra. Silvia Jaeger Cordero de Roche

Realizó estudios de Psicopedagogía en Alemania y Filosofía y Letras en Francia, especializándose en la Ultrafísica de Teilhard de Chardin.

Desde 1963 ha impertido conferencias tanto en México cono en el extranjero, en seminarios y congresos.

Basándose en la obra de Teilhard de Chardin, ha publicado 7 libros de cuentos para niños, puesto en escena 8 obras de teatro infantil, escrito más de 1000 libretos para programas de radio y televisión y los guiones para 2 películas de largo metraje en dibujo animado.

En 1988 realizó conjuntamente con la BBC de Londres un curso de inglés básico para niños.

Le han sido otorgados:

El Premio Nacional de Teatro Infantil (INP/UNESCO).

El Premio “Hans Cristian Andersen” del INBA.

El Premio “Ondas” de la Sociedad Española de Radio y Televisión.

El Premio Nacional de Literatura Infantil.

Desde 1995 es Directora del Centro de Estudios Teilhardianos, con sede en Cuernavaca, Morelos.