Por EDUARDO CESARMAN *

TEILHARD de Chardin (1881-1955) plantea la más nítida visión de la especie humana dentro del marco del universo y de la evolución.  Considera a la especie humana como la última y más completa etapa del proceso evolutivo de la materia.  Con una visión estructuralista de la evolución, Teilhard plantea que la conciencia del ser humano ya estaba tomada en cuenta desde el principio de la integración del universo.  Para Teilhard hay un "designio" en el orden que sigue la evolución de la materia hasta llegar a la conciencia del ser humano.  Para él la forma más completa de realización, del ser humano radica en la unión amorosa de la humanidad, en contra del desgaste (entropía) a que tiende el universo, sin que esto signifique la desindividualización del ser humano.  Es indudable que el amor es una fuerza que se opone a la entropía y que es capaz de integrar.  Utilizando pensamientos científicos, Teilhard de Chardin va hacia una concepción profundamente religiosa de los misterios del universo, de la sociedad y del hombre.  Su planteamiento es, además de hermoso, generoso.  Sin embargo, hasta ahora el amor no ha desempeñado con toda la fuerza de que es capaz el papel de fuerza integradora que le debiera corresponder.  Desde luego, somos conscientes de que éste ha sido el siglo de la economía, de la fuerza militar y no del amor.  El amor, que es tarea difícil de definir como la libertad y la justicia, puede considerarse como otra fuerza más de la naturaleza que se opone a la entropía.  El amor, mientras existe, es antientrópico y sólo actúa cuando hay energía suficiente y adecuadamente distribuida entre todos. La energía transformada en poder, para generar violencia, puede lograr la integración y la disminución de la energía de unos cuantos y pequeños grupos del sistema, mientras que la energía transformada en amor será capaz de integrar a la humanidad entera, en una comunidad que sea armónica y tolerante de las individualidades.

El amor constituye la forma más evolucionada de integración.  El ser humano conoció el poder antes que el amor.  Mientras que el poder y el egoísmo disminuyen la entropía del sistema que los ejerce, a expensas de aumentar la entropía de los alrededores de dicho sistema, el amor disminuye la entropía de los alrededores del sistema que lo practica, a expensas de aumentar la entropía y el caos del propio sistema.  El que verdaderamente ama se desintegra, para integrar a los que lo rodean.  Si el hombre no tuviera necesidad de la violencia, si por medio de ella no obtuviera fuentes energéticas a pesar de aumentar la entropía de sus alrededores, es obvio que la violencia que caracteriza las relaciones entre los seres humanos no existiría.  El hecho es que los hombres, y los segmentos del sistema-sociedad que ellos integran, necesitan la violencia −esto no es secreto alguno−, pues hacen gala y despliegue de su fuerza.  Es una realidad que se consume más energía en propiciar la violencia que en promover la paz y la fraternidad. ¿Qué gobierno posee un ministerio de la paz y de la solidaridad humana?  ¿Qué proporción de la increíble cantidad de dinero que se gasta en aras del Molón de la violencia se usa para promover la paz?  Lo mejor de la tecnología y de las capacidades del hombre se, dedica a promover la violencia.  Las palabras de Ana Arrendé (No Viólense) proporcionan una panorámica de una parte de esta tendencia: "Dentro de estas circunstancias, hay seguramente I pocas cosas que sean más alarmantes que el aumento progresivo del prestigio de aquellos con mentalidad científica que son, los depositarios de la confianza de los gobiernos durante las últimas décadas.  El problema no radica en que tengan la suficiente sangre fría para 'pensar en lo impensable', sino en el hecho de que no piensan".

*Médico